Alejandro Manrique: “Hacer literatura fue terapéutico, pude exteriorizar mis demonios”
Alejandro Manrique: “Hacer literatura fue terapéutico, pude exteriorizar mis demonios”

En 2011 causó conmoción en Perú la muerte por ahogamiento del diplomático peruano Sergio del Castillo (29) en las frías aguas del río Moskva en Rusia. Cinco años después, el amigo que lo vio por última vez con vida, Alejandro Manrique, recrea en su primera novela, La nieve roja de Moscú (Animal de invierno, 2016), el proceso de búsqueda de su compañero, la impotencia ante el peso de su realidad y los vasos comunicantes que creó para estar cerca de él.

El libro, narrado en modo de diario, tiene como tema central el valor de la amistad.

¿Desde cuándo tenías pensando escribir este libro? El interés de hacer literatura lo tuve desde los 15 años, pero fui consciente -por mis limitaciones de edad, experiencia- que tal vez no iba a poder plasmar algo decentemente agradable para mí y los demás. Estuve toda la vida tratando de encontrarme con un tema, o que un tema me encuentre a mí. Así es como sucede este hecho en Moscú, cuando mi amigo, colega diplomático (Sergio del Castillo), falleció.

La amistad... Sí, la amistad, el tema más importante en la novela; lamentablemente, el fallecimiento de mi amigo provocó un tema y con mucha tristeza lo cogí... Estaba esta ambivalencia que me perseguirá siempre: “¡Dios, qué genial incursionar en la literatura! Y, por otro lado, ¡qué triste coger esta experiencia dolorosa para hacer literatura”.

¿Cuándo sucedió el fallecimiento de tu amigo? La historia real coincide con la ficción, que fue entre enero y marzo de 2011. Él desaparece el 1 de enero de 2011 y su cuerpo es hallado el 22 de marzo de 2011.

¿Qué fue lo que le pasó a tu amigo? La parte oficial declaró un accidente mortal, posiblemente el 1 de enero; al parecer quedó atrapado en los canales del río (Moskva), donde el agua estaba congelada. Y, casualmente, el 22 de marzo empieza la primavera, el deshielo.

¿Narrarlo ha sido una experiencia catártica? Sí, completamente. Por eso hacer literatura fue terapéutico, (pude) exteriorizar todos mis demonios internos y aliviarme; fue un proceso vomitivo. Pero luego fui consciente de que lo que había plasmado no era literatura, era cualquier cosa, un proceso psicológico mío. De ahí vino el trabajo arduo, consciente de hacer literatura, rehacer miles de veces el texto. Fue un proceso de 5 años.

Narras además la sociedad rusa, en la que se mueven estos dos personajes... Quise recrear un contexto donde todos los elementos están en contra, para que el lector vea que es un lío interminable, que no se puede escapar al dolor, a la incertidumbre o a la fragilidad humana. El mensaje del libro es 100% fragilidad humana, pero con un halo de esperanza al final. Rusia es un país único en el mundo, su lenguaje, su cultura, su idioma y su clima los lleva a individualizarse. Estos escenarios radicales terminan aplastando a los personajes.

En la novela, el policía le dice a Arturo, tu nombre de ficción, “por qué no buscaste a tu amigo”. En la realidad, ¿has sentido culpa por lo que le pasó esa madrugada? Soy consciente de que la realidad es lo primero. Citando a Milan Kundera, “es muy difícil vivir sabiendo que tienes experiencia ante situaciones nuevas y no saber lidiar con ellas”; entonces, la realidad siempre nos aplasta. Tengo mis reflexiones, qué pude haber hecho, qué no, pero no iba a influir en nada en el desenlace. Si bien el personaje es consciente de que está luchando contra un sistema de valores y creencias, sociedades, estructuras, países y la humanidad; incluso con el universo, la peor lucha, la más desgarradora, la más fuerte, es la que tiene consigo mismo aquella fuerza que nos quiere ver tumbados.

¿Sientes que te has sobrepuesto a esa tragedia? Sí. Soy consciente y aspiro a los puntos medios, saber que estoy repuesto, que he sobrevivido y, a la vez, permanezco triste; ambas cosas van a mantener el cariño por mi amigo. Sé que hubo una tragedia, pero él está conmigo y lo seguirá estando. Y Arturo iría en esa línea, experimentando mucho más sufrimiento, al punto de tener que recurrir a elementos fantásticos, como el espejo, la sombra y la moneda, que le permiten mantener coherencia y estabilidad emocional, que tienen que ver con el final de la historia.