Día de la Madre: Cuando el amor de madre supera cualquier prejuicio o discapacidad
Día de la Madre: Cuando el amor de madre supera cualquier prejuicio o discapacidad

Uno de los primeros brazos que no sostienen cuando venimos al mundo son los de la madre. No importa lo grande que seamos, ese amor seguirá siendo uno de nuestros mejores soportes para transitar por los baches más hondos que pudieran existir al emprender este gran viaje llamado vida, en el "". 

Desmedido, sin condiciones y hasta a veces ciego. El amor de madre, es uno de los sentimientos más sublimes de este mundo.

Hoy, aquella mujer que nos trajo al mundo está de fiesta. En el Día de la Madre, presentamos historias de mujeres que bien podrían representar a cientos de mujeres anónimas que hoy sí que merecen celebrar.

VENCIENDO LAS DISCAPACIDAD. Para Alicia Yovera Tello (26) la palabra discriminación es más que una en el diccionario. Conoce su significado muy de cerca y en carne propia, porque por años fue víctima de ella, debido a la discapacidad física que tiene desde que cumplió un año.

Alicia tiene un mal congénito en la cadera que le dificulta caminar. Cuando tenía siete meses de nacida tuvo una fiebre muy alta que la dejó sin poder mover las piernas.

“Anteriormente gateaba, me arrastraba, luego he podido salir adelante y usar muletas”, comenta.

Alicia usa muletas para caminar, pero la fuerza del corazón para hacer frente a la vida. Nunca se sintió diferente a las demás chicas. Fue a un colegio de educación regular y no a uno para niños con habilidades diferentes. Su secundaria también la curso en una escuela “normal”.

“Los profesores siempre me cuidaban, pero no tenía burlas por parte de mis compañeros, por el contrario, me apoyaban. Recuerdo que mi aula en secundaria estaba en el segundo piso y me quisieron cambiar de grupo, pero yo no quise, iba al colegio con mis muletas”, dice.

Cuando terminó el colegio, Alicia decidió estudiar contabilidad técnica. Lo hizo por tres años y culminó en el 2011. Sin embargo, la sociedad con sus prejuicios y ese incomprensible capricho de poner limitaciones, le cerraron una y otra vez las puertas cuando quiso conseguir trabajo.

Un día logró que la admitan en un trabajo en una tienda de celulares, donde solo duró un día. Culminado su primera jornada, fueron a su casa a decirle que ya no podía continuar más por su discapacidad.

Alicia le ha dado batalla y una otra vez al rechazo. Aunque a veces ha salido muy lastimada en su lucha, siempre ha sabido pararse, sacudirse y volver a empezar.

Ante la falta de trabajo en su profesión, empezó a desempeñarse en otras cosas como vendedora en el Terminal Terrestre El Chimbador. En el 2015, su perseverancia por vencer la discriminación tuvo sus primeros resultados y fue contratada como personal administrativo en el terrapuerto por la Municipalidad Provincial del Santa (MPS).

“Yo sentía que esa era mi oportunidad, fui y pedí hablar con al doctora (la alcaldesa Victoria Espinoza), eso también era otro reto, que la doctora me atienda, siendo una persona muy ocupada. Pude lograr que lo haga y le dije que quería demostrar de que era capaz y me dio una oportunidad”, recuerda.

Después de esta primera batalla ganada, Alicia decidió no cruzar los brazos, y es por eso que desde este año se matriculó en la universidad para pasar de ser técnica a profesional en el área de contabilidad.

Y es que desde hace tres años esta mujer tiene una razón más por quien lucha : su pequeña hija. La llegada de su primogénita fue todo un reto. Por su enfermedad Alicia creía que era estéril y no podía quedar embarazada. Cada retraso en su período a fin de mes, la llenaba de esperanzas a ella y a su pareja de que por fin serían padres, pero al cabo de dos días, esta alegría se esfumaba.

Resignada, Alicia viajó al norte junto con su pareja con la intensión de empezar una vida y construir una casa por allá, hasta que la noticia que tanto esperaba llegó justo cuando dejó de buscarlo: iba a ser mamá.

Una vez embarazada Alicia enfrentó otro miedo, debido a que el mal congénito que tenía podría ser heredado por su bebé.

“Siempre la revisaba y me desesperaba porque empiece a caminar y dar sus primeros pasos, tenía mucho miedo que mi hija tenga lo mismo que yo, pero no es así”, señala.

Hoy, Alicia es madre, esposa, trabajadora y luchadora. Sus limitaciones en las piernas jamás hicieron que deje de avanzar rumbo a sus sueños.

“La vida no es fácil, nada es fácil, pero tampoco es imposible, aunque a veces hay miedo, las ganas de salir adelante pueden más. Mi madre ha sido una gran motivación y una gran fuerza, ahora mi prioridad es poder darle lo mejor a mi hija en un futuro”, expresa.

ENTRE LA TERNURA Y LA DUREZA. Marianela Morillo Navarro (43) comparte el rol de educar a su hijo, con el de tratar de hacer que los hombres del volante respeten las reglas de tránsito.

De frágil apariencia pero con una ocupación bastante arriesgada y hasta muchas veces incomprendida: ella es inspectora de tránsito de la MPS.

El día para Marianela inicia muy temprano, por el trabajo que desempeña ha aprendido a aprovechar al máximo las horas del día. Solo puede estar en su casa hasta las 2 de la tarde, luego de ese horario, regresa a su vivienda, pasado las diez de la noche.

Anécdotas de choferes faltosos es lo que más tiene para contar. En algunos casos estas han pasado de ser eso, para convertirse en cosas sería.

“Muchas veces me han amenazado, es de casi todos los días, pero una cumple su trabajo. Por eso es que me cuido y no solo yo, también tengo que cuidar a mis hijos, me da miedo que le hagan algo a causa de mi trabajo”, menciona.

Cuenta que en un principio su esposo y su hijo de 14 años temían por lo que le pueda pasar siempre que trabaja, pero poco a poco ya se van acostumbrando.

Y es que no es el primer trabajo duro que desempeña. Marianela ingresó a trabajar a la municipalidad provincial en el 2007 y la primera labor que desempeñó fue en el área de Parques y Jardines, donde su instrumental diario eran las podadoras y hasta las carretillas.

“La verdad siempre me arriesgo, siempre me ha gustado arriesgar, me dijeron que iba a hacer eso y dije ya. Pensé que iba a ir escalando poco a poco y así ha sido, hoy he dejado esa área y estoy en transportes como inspectora y deseo seguir creciendo”, remarcó.

Fue mamá muy joven, a los 20 años para ser más precisos, llena de muchos temores -como seguro lo tienen la gran mayoría de mujeres- pero supo sobrevellevarlos.

Luego de cumplida sus cuatro décadas en la vida ya es abuela, pues su hija mayor, que está en el extranjero, también se ha convertido en mamá.

A Marianela le inculcaron el amor por el trabajo desde muy pequeña. Es la quinta de siete hermanos en un hogar donde las carencias eran notorias.

“Trabajaba vendiendo ropa, siempre he trabajado y mis hermanos también, desde muy jóvenes, las cosas en la casa no eran como para quedarse cruzado de brazos y esperar que caigan del cielo”, dice la progenitora.

Hoy, Marianela dejará de lado el chaleco y gorra de inspectora, porque espera pasar un buen día al lado de su hijo y su madre, lejos del ruido y los insultos que encuentra a diario en el parque automotor de Chimbote.

Cambiará las amenazas de los choferes por las palabras de amor de los suyos, hasta que acabe el “encanto” y vuelva a la rutina del trabajo con el que saca adelante a su amada familia. 

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