Los periodistas y Urresti
Los periodistas y Urresti

En el camino al diario por la mañana, el taxista de turno me terminó de confirmar una idea que hace semanas me asaltaba con insistencia:

-Ese Urresti es un loco -comentó-. Pero es el único que le dice sus verdades a Alan, ¿quién más se atreve?

Y entonces lo supe, más que nunca. No es solo su payasada, sus declaraciones que hacen reír hasta a los propios reporteros y sus ademanes medio pacharacos. La popularidad de la que ha gozado hasta ahora el exministro del Interior se debe en gran medida a sus mensajes -orales o escritos- de cachaco arrebatado pero eficaces y precisos, y no solo para el populórum.

No es ningún secreto que la gente está cansada de la clase política, sobre todo de aquellos pendejeretes que salen bien campantes a pontificar en los medios sobre gobernabilidad y transparencia. Son los mismos que apenas hace unos años estaban siendo acusados de concretar faenones bajo la mesa y se fueron con roche de sus cargos. Son los mismos que nunca pudieron demostrar su inocencia en el banquillo de los acusados porque se acogieron a la prescripción de sus delitos.

Y la gente se mortifica, pero también cuestiona a los periodistas que les dan tribuna y los tratan igual como si trataran a un político inimputable, incuestionablemente probo. “Vamos a los medios que les dan tribuna”, repiten.

¿Los periodistas entonces tienen la culpa? No sé si tanto así, pero algo de responsabilidad podría haber.

César Hildebrandt fue muy popular, antes de que los poderes fácticos los sacaran de los medios masivos, gracias sobre todo a que tenía la capacidad de hablar sin pelos en la lengua y hasta de denostar de quienes creían que lo merecían. Y la gente, con esto, se sentía ajusticiada; era una suerte de compensación para ellos. Pero después de él no ha quedado un líder de opinión con esa crudeza tan aguda y a la vez tan fina que abunda, por ejemplo, en el periodismo argentino. Y yo creo que la gente extraña eso. A la gente le revienta ver que los periodistas sean tan tibios, tan timoratos, tan dados a mantener el pacto infame y tácito de hablar a media voz, para decirlo al estilo de González Prada.

¿Acaso los periodistas más mediáticos del país no tartamudean y no se pajarean ante la locuacidad de Alan García o el floro ilustrado de Martha Hildebrandt?

A mí me parece que a falta de periodistas que hablen claro, crudo y que ponga a los políticos en su lugar, la gente ha adoptado en cierto modo a Urresti. Por eso lo aprueban: sienten que él es quien los puede reivindicar.