El título es cortesía de Kenji Fujimori, miembro estelar y díscolo de Fuerza Popular, la bancada de la jauría mayoritaria de los leones indomables, justamente. Y es que el circo (romano) y los leones hambrientos son la metáfora perfecta de este descabezamiento antojadizo que se perpetra de un tiempo a esta parte en el Congreso de la República.
Y no se trata aquí de la función constitucional de mandato popular que le corresponde al Congreso. Pamplinas. El asunto no es la fiscalización propiamente dicha, la lucha contra la corrupción enquistada en el poder. Ese cuento se lo creerán los tontos o los cínicos. Basta con mirar lo que ha ocurrido con el reciente affaire Edgar Alarcón - Alfredo Thorne. A raíz del audio sobre la conversación entre ambos, y sus cuestionamientos totalmente legítimos, el Congreso en su mayoría ha pedido sin mayores aplazamientos la presencia del ministro de Economía. Y con tenedor y cuchillo en mano. Perfecto. Pero ¿y el contralor? ¿Por qué tanto reparo y mano blanda con el señor Alarcón, el de los fierros millonarios y los anticuchos a flor de piel? ¿No que el asunto es la fiscalización y el control?
A mí me parece que el fujimorismo y sus salpicados de ocasión que mojan también a otras bancadas no conocen, por ahora, otra forma de hacer sentir su presencia. Y el fujimorismo, como el enfermo de resentimiento, quiere reinar en medio del caos. No hay otra explicación para esta vocación por el aniquilamiento, para explicar esta necesidad de hacer del gobierno un fango disolvente y oscuro.
El gobierno de PPK, dicho sea de paso, es una presa fácil, un cuerpo vulnerable para el poder desmesurado. Su debilidad política va camino a convertirlo en el gobierno más endeble y paupérrimo de la historia republicana. Además de sus debilidades, de la concatenación de errores exhibidos, ha tenido la mala suerte de chocarse con una de las oposiciones más achoradas y además más monolíticas de las que se recuerde. Todos ahí parecen obedecer sin chistar el mandato de la jefa -que parece reinar desde la sombra-, y todos parecen tener mucha hambre en el circo. Huelen la sangre y van por más.
El problema es que mientras tanto, en medio de este espectáculo de carne, dientes y sangre derramada, en medio de este circo de descabezamientos y afrentas altisonantes, las cifras nos siguen indicando que estamos cayendo, que el Perú se está poniendo más rudo y menos creciente, que el ruido de la jauría nos está llevando a tener un año más perdido para lo que realmente importa: la reducción de la pobreza, el aumento de las posibilidades de salir adelante para los peruanos, las reformas que nos hagan ser mejores como sociedad y país.
¿Hasta cuándo?