El juego de los sentimientos
El juego de los sentimientos

La sensación es inequívoca: le doy play a los videos con el resumen de los goles de la selección ante Ecuador en Quito, oigo los gritos destemplados y desgañitados de los narradores en los goles del “Orejas” Flores y Paolo Hurtado, y siento ese nudo en la garganta, el erizamiento de la piel y los ojos acuosos, irremediablemente doblegados.

No soy el único, por supuesto. Basta ver las imágenes de los peruanos que alentaron a la selección en el estadio quiteño, de quienes alentaron a la selección desde las calles de nuestro propio país. Basta ver la desfiguración total de sus rostros por obra y gracia de la felicidad extática.

O, en todo caso, miremos, o mejor dicho, oigamos a los narradores o comentaristas nuestros. Ya no a Daniel Peredo. Oigamos a Eddie Fleischman, siempre tan serio y mesurado, siempre tan esmerado en su irritante raciocinio y desprecio por lo temperamental. “¡Gol, gol, gol, gol… gol, carajo!”, dijo el “colorao” con la voz quebrada, al aire en RPP, abandonado al frenesí, en cada uno de los dos goles. Veamos al periodista Coki Gonzáles, en esa imagen que ha conmovido a todos, en la que aparece restregándose los ojos, incapaz de frenar el llanto luego de que el árbitro decretara el final del partido y todo el Perú se pusiera de pie para abrazarse.

Se trata de emociones ya olvidadas (para quienes tienes más años) y de emociones nunca antes experimentadas (para los más jóvenes). Muchos hasta hoy piden que les pellizquen para saber si acaso están soñando cuando ven a la selección peruana en el cuarto lugar de las clasificatorias. Y tampoco son pocos los que afirman que lo del último jueves en Ecuador ha sido el mejor día de sus vidas.

Quienes no entienden de estas cosas, quienes pertenecen a esa minoría que ve al fútbol como un deporte de once contra once sin más gracia que el prosaico juego del balón con los pies, se sorprenden de la irracional intensidad que embarga hoy a la mayoría de peruanos. Y es que si miramos bien, si tomamos la distancia de la racionalidad, llegaremos a hacernos la pregunta inevitable: ¿por qué el fútbol, ese juego que consiste en correr y patear la pelota, logra esto en nosotros?

Y es que el fútbol, para la mayoría de peruanos, ha sido durante décadas un sentimiento que discurre más que nada por el sufrimiento y la ansiedad, por el fracaso y la esperanza en medio del campante pesimismo. Como en los cuentos de Ribeyro. Como en los valses. Y, sin embargo, parece que desde el martes el fúrbol para nosotros es verdadera alegría y esperanza, esas ganas de ganar y de alcanzar el cielo.