César Acuña no escarmienta. Parece condenado a repetir interminablemente los errores que le cuestan la pérdida de adhesiones y le hacen ganar detractores. Sus colaboradores, cuando le escuchan hablar ante los micrófonos lo que le han aconsejado -implorado, rogado- que no hablara, solo cierran los ojos, hacen una mueca de derrota, como quien sabe que está en una batalla perdida.

El gobernador regional le dio días atrás a Elidio Espinoza, el alcalde de la ciudad, la oportunidad de quedar bien por fin ante la opinión pública luego de autocalificarse con un 20 de nota al término de sus cien días. Le concedió el mérito por contraste, pues mientras él hacía un ejercicio más de su rutina de soberbia, el coronel en retiro ensayaba un mea culpa. “La ha fregado, y eso que le hemos dicho…”, se lamentó uno de los cercanos de Acuña.

Pero Acuña, como he dicho, no escarmienta. Siempre quiere más. Esta última semana fue preguntado por los periodistas trujillanos sobre las declaraciones que había dado horas antes José Murgia sobre el caso de la permuta de terrenos con la empresa Laredo, ese que hoy vuelve a cobrar vigencia, y el gobernador hizo otra vez de las suyas. “¿Qué, todavía vive?”, dijo Acuña, ante la sorpresa de todos, incluso del gerente general y hombre de confianza, Manuel Llempén.

Y solo pasó un día para que Acuña vuelva a las andanzas, como para que no queden dudas de su empecinamiento. A la salida de su reunión con el Premier Pablo Cateriano, en Lima, ante las cámaras de los medios nacionales, la autoridad de la región La Libertad dijo bien campante que no iba a pagar la multa impuesta por la Onpe, que el organismo quería su plata para hacer caja chica, y no pues, qué se habrán creído.

Imagino claramente la cara de desazón que, una vez más, sus más cercanos colaboradores deben haber puesto, mirándose entre ellos, con esa pregunta tácita, ahora que su afiebrado sueño presidencial está ahí: “¿Qué hacemos con él?”.

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