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“Seguramente si Borges viene a vernos, nos tira un bastón por la cabeza o estaría enojado”, expresan entre risas los actores argentinos Guillermo Ale y Horacio Rafart, quienes llevan a las tablas una versión irreverente del cuento El Aleph, del amado y a la vez odiado escritor gaucho Jorge Luis Borges.

El montaje, producido por La Cuarta Pared, empieza su gira en Perú para luego visitar Ecuador, Venezuela y Centroamérica. “Comenzar en Perú es una suerte de cábala”, afirma Horacio, quien al lado de Guillermo protagonizó el año pasado en Lima Rayuela, de Julio Cortazar.

¿Cuánto de acercamiento tiene el montaje con lo plasmado en el libro El Aleph?

GUILLERMO ALE: Plantear teatralmente El Aleph de por sí es complejo. Cualquier cosa de Borges -que habla de cuestiones filosóficas, metafísicas- y trasladarlas a un diálogo siempre va a generar distanciamiento antes que acercamiento. Quizá El Aleph son todas las incertidumbres de Borges puestas en un cuento. Nos pareció interesante tocar como eje principal el cuento El Aleph y sumarle la obra de Borges, pero aun así nos seguíamos distanciando. Tiene herramientas literarias inteligentes que exceden a una sensibilidad común. Decidimos trasladar esa humanización que Borges no tenía. Él era más frío, catedrático, a la hora de contar.

HORARIO RAFART: Quisimos bajar a tierra El Aleph. Hicimos praxis con lo que él nos plantea sobre historias de amigos que se van y cómo a nosotros también se nos pasa la vida, las oportunidades. Lo que significó El Aleph para nosotros lo traducimos a esta historia, simple, nuestra, cotidiana.

Debido a su complejidad El Aleph no es tan leído...

GA: A mí me decían: “Ah, El Aleph, lo leí y no entendí nada”. El acercamiento con el público se da cuando modificamos una parte de la obra. Hay un poema, El hacedor, que entrega dos Borges, el que escribe y el que hace literatura. Hicimos trampa y le cambiamos tres líneas a un texto. Si vamos a contradecir a Borges, vamos a buscar una historia que a la gente le genere incertidumbre. Que diga: “Eso no dice el cuento”, y al final, en las dos últimas páginas, capaz se siente identificado un poco con lo que para nosotros es el mundo.

HR: Este es nuestro Aleph, no es el de Borges.

Allí radica el éxito de las obras, los montajes que han respetado la originalidad no han funcionado...

GA: No es una postura soberbia, pero nada me aburría tanto como ver un mismo reportaje de Borges, verlo hablar en seis idiomas. Qué genio. Te distancia automáticamente... Cuando vamos al escenario y vemos que nos aburrimos, hay dos opciones: O lo dejamos o empezamos a jugar. Y en vez que Borges nos manipule a nosotros, lo manipulamos a él.

HR: Muchos dramaturgos nos han dicho: “Estoy cansado, podrido, harto de que me inviten a ver obras mías. Las hacen igual a como yo las hice. Quiero que me falten el respeto, lo mío es un pre-texto y después hagan lo que quieran, descuartícenlo”. El arte está inspirado en otro arte y en otro arte... Se va deformado. En esta obra le faltamos el respeto totalmente a Borges.

¿El Borges que encarnas qué tan cerca está del escritor?

GA: Lo más lindo de hacer a un tipo así es que puedes decir grandes barbaridades. Hasta ahora nos estamos comportando bien, pero que Borges pida perdón de viejo, que avale atrocidades como la Guerra de Vietnam, la matanza de los negros o dictaduras militares -por eso no fue merecedor de un Nobel- es sorprendente. En esta obra nos encariñamos. Él vivió encerrado, decía barbaridades para ahuyentar a la gente y divertirse. Un tipo que tiene todas estas incertidumbres a sus 80 años de vida evidentemente no es un tipo feliz. Hay un poema que dice: “Yo he cometido el peor de los pecados, no he sido un hombre feliz”. Si nosotros vamos a cometer un pecado en esta vida, vamos a ser felices.

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