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Subamos a la combi del tiempo y veamos qué le pasó en 2016 a este nuestro país político, que es como su propio tráfico vehicular: chocón, de escupitajos gratuitos, sudores, humores, cambios de ruta y en el que se impone la ley de la selva; es decir, el capricho de las uñas más fuertes.

En enero fue la cantaleta de las planchas presidenciales y en casi todas hubo cortocircuitos (APP: Acuña por pegarla de regalón; FP: Keiko por las dádivas de Huaroc, por ejemplo). Y en febrero, las listas de los candidatos al Congreso adelantaron el circo de julio. Ya todos embarcados sobre el coche, manejado por unos entes electorales con brevete aparentemente regalado, presionaban para llegar a la meta, el 10 de abril, menos destartalados que los carros del Rally Dakar. Por cierto, Julio Guzmán ya había quedado empolvado en el camino. Este flashback indica que en la puerta del horno se le quemó el min pao a Keiko Fujimori. Durante toda la campaña rió y bailó a ritmo de ganadora y el golpe fue duro tras el flash, por más de 70 y tantos legisladores que metió finalmente. Y es que la segunda vuelta, el 5 de junio, con un Kuczynski embalado y con casi 21% de base, era otro cantar. Y lo fue. Raspando, el hombre de 78 años dejó fuera de juego a la señora de las cuatro décadas, convirtiéndose en el nuevo presidente de Perú y, desde entonces, el rencor electoral habitaba en el corazón de Fujimori Higuchi hasta que hace unos días Cipriani logró llevarla al encuentro del jefe de Estado. Que PPK haya defeccionado hasta el momento sí preocupa, sobre todo cuando las calles siguen infestadas de delincuencia, pero la lideresa “naranja” debe entender, antes de que acabe el año, que en perspectiva más le conviene sacarlo a flote que hundirlo con su bulldozer en el Parlamento.

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