Ayer se conmemoraron 50 años de la Guerra de los Seis Días y fue técnicamente la guerra preventiva más sonada del siglo XX. Israel se adelantó a una supuesta inminente masacre árabe y en un santiamén -solo 6 días- destruyó las posiciones militares de sus enemigos. Fue una completa sorpresa. Los israelíes tomaron todo el Sinaí y los territorios árabes que hasta ese momento conservaban para sí los pueblos musulmanes de la región. 

Los judíos, que eran muchísimo menos que los árabes, los sorprendieron hasta masacrarlos militarmente. Israel sabía que si acaso no se adelantaba, los árabes lo acabarían. Era cuestión de horas, pero igual la guerra, que siempre contó con el apoyo incondicional de EE.UU., significó un nuevo tablero geopolítico para el Medio Oriente. Lo voy a explicar. Los israelíes tomaron toda la península del Sinaí y lo más complejo de todo fue que ocuparon los territorios palestinos. Al hacerlo se produjo un nuevo fenómeno en la relación entre los dos países y por supuesto en la región: los árabes fueron desplazados, convirtiéndose en refugiados, y los judíos, al expulsarlos, dieron origen a los asentamientos judíos en dichos territorios. 

La explicación de la pervivencia del conflicto entre ambos Estados no es un asunto religioso, como se ha querido creer. No. Mientras los israelíes no devuelvan los territorios al statu quo anterior a 1967, nada cambiará entre ambos países. Esa es la única verdad. Muchos hablan de la guerra preventiva de los tiempos de los Bush, pero se olvidan que ya era una práctica de Israel desde los años sesenta. Mientras Israel no tenga elevación para decidir la devolución de los territorios que no le pertenecen, no habrá paz; esa también es la verdad. Ahora bien, Tel Aviv tiene derecho a vivir en paz y no con el sobresalto de su extinción, como lo han pregonado los grupos radicales palestinos y hasta su mecenas, Irán. Tiene que aprender a ceder y los árabes a tolerarlos; de lo contrario, no llegarán a nada.