Todo el mundo lo vio y se hizo viral el instante en que Melania, la esposa de Donald Trump, palmoteó la mano izquierda de su esposo, el 45° presidente de EE.UU. -quizá queriéndole decir “quítame la mano...”-, en el aeropuerto Ben Gurión de Tel Aviv, a su arribo a Israel, en el marco de la reciente gira que lleva adelante el mandatario neoyorquino por el Medio Oriente. En política, lo que parece es y lo que es pues siempre será objeto del análisis y hasta de la especulación. No basta, entonces, serlo, sino además parecerlo. 

Todo lo que es pero que no se conoce resultará irrelevante. En esa línea, ensayemos las tres hipótesis siguientes: 1° Que Melania está cansada de que Trump quiera mostrarse en público como todo un gentleman cuando realmente no lo es en la vida privada de pareja. Si esto fuera cierto, entonces se verían confirmadas las críticas que le fueron lanzadas cuando era candidato a la Presidencia sobre su verdadero trato a la mujer; 2° Que Melania esté incomoda con la participación cada vez más protagónica de Ivanka, la hija de Trump, contratada como su asistente en la Casa Blanca y considerada por muchos como la “engreída de papá”, a quien se le ha visto en reuniones con líderes mundiales como el primer ministro de Japón y la canciller alemana Angela Merkel, o su sonado brillo en la cena ofrecida por su padre al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, hechos a los que el presidente no ha podido dar una solución satisfactoria para su tercera esposa; 3° Que, aunque esposos, realmente ya no sean pareja. Acumula en esta hipótesis el hecho de que Donald y Melania no vivan juntos o, si se prefiere, no compartan la misma casa en el día a día como todo matrimonio. Es verdad que esto último sucede porque el hijo de ambos, Barron, estudia en Nueva York y la madre quiere estar cerca de él. La vida de un presidente importa, por eso la comentamos y sus diversas manifestaciones siempre serán objeto de la especulación, esencialmente para la variable política, aunque aquella no lo sea.