Mal debut de los hermanos cortometrajistas Hugo y Juan Carlos Flores en el largometraje. La historia original le pertenece al actor Renato Rossini, quien también figura en los créditos como productor y codirector. Marca, asimismo, la reunión de Rossini con su colega Julián Legaspi después de más de dos décadas.

La opción de los hermanos Flores y Rossini es apostar por el género policial en su vertiente 'exploitation', tal como lo hacían los norteamericanos en los años 60 y 70. Sin embargo, hasta para emular al viejo cine 'trash', que combinaba acción, violencia y sexo, hay que tener un mínimo de talento. No basta la ambición o 'buenas intenciones' de llegar a un público masivo.

La historia se atiene a la típica fórmula de la “buddy movie” estadounidense, aquella en que dos sujetos -que pueden ser afines o no- se juntan para hacer un trabajo, un viaje o resolver una determinada situación. En este caso se trata de dos exconvictos (Rossini y Lesgaspi) con identidades cambiadas que, para alcanzar su completa libertad, ayudan a la Policía a conseguir pruebas para atrapar a un poderoso empresario y zar del narcotráfico (Reynaldo Arenas). Argumento que no tiene nada de novedoso.

FÓRMULA MANOSEADA Y AUSENCIA DE RITMO. Tan manoseada fórmula, aplicable a decenas de otras cintas del mismo género, es ilustrada en una realización que exhibe uno de los peores trabajos de edición que hayamos visto en mucho tiempo, lo que se traduce en su total ausencia de ritmo narrativo. Saltos, baches, elipsis absurdas y un apresuramiento que impide cualquier desarrollo de personajes o situaciones convincentes. Todo luce resumido y sin matices.

Si a esto le sumamos la falta de consistencia de un guión excesivamente didáctico, con personajes absolutamente caricaturescos, especialmente el villano que encarna Arenas, arribamos a un estado de alarma. Que el veterano y experimentado actor teatral haga el ridículo con plena conciencia o no de lo que está haciendo puede resultar divertido hasta cierto punto. Sin embargo, no son graciosas la bromas que hace el policía encarnado por Fernando Vásquez y la presencia femenina (incluyendo a la debutante Milett Figueroa), sin un auténtico sustento erótico, resulta completamente intrascendente.

Incluso, algunas secuencias son para no creer. Por ejemplo, aquella del taller de mecánica donde los protagonistas sacan información a golpes de dos empleados mientras las chicas que atienden bailan y se divierten como si estuvieran en otra película. Lo peor, empero, es la explosión de la camioneta hecha en computadora de cualquier manera, sin la más mínima técnica.

Definitivamente, este no es el cine peruano -de un facilismo ramplón- que queremos ver. Y para colmo Renato Rossini ha anunciado muy suelto de huesos que habrá secuela. Alucinante.

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