Al final de la hecatombe política que se avecina con el caso “Lava Jato”, alguna lección deberíamos extraer todos los que de alguna u otra forma nos preocupamos por los sucesos que afectan la dinámica del país, su agenda de desarrollo y su estabilidad política. De esas lecciones, que deberían ser muchas y acogidas sin atenuantes, una debe ser inmediata y marcar un hito, un cambio, el inicio de una era nueva: la gestación de una hornada fresca, sana y descontaminada de hombres y mujeres públicos, que sean la base de una clase política a construirse en los próximos años. El último proceso electoral ya inició el camino de este cambio. Las urnas castigaron con rigor a Alan García, Lourdes Flores Nano y Alejandro Toledo. Además, el Partido Nacionalista tuvo que retirar a su candidato Daniel Urresti ante sus nulas opciones, con lo que arrastró a Ollanta Humala, Nadine Heredia y a la propia Susana Villarán a la ciénaga de la muerte política. Lo de Odebrecht y demás empresas brasileñas en 2017 terminará por tumbarse a estos mismos personajes y los condenará a algunos a la cárcel y a otros al ostracismo. Una oleada de rostros nuevos deberá entonces aflorar y, creemos, en ella no estará tampoco Enrique Cornejo, la imagen más prometedora del APRA hasta hace una semana. Como los liderazgos no brotan por generación espontánea, deben ser los partidos los que tendrían que estar conscientes de este proceso y no ver cada comicio como un botín electoral. El 2017 debe dejarle al país, por lo menos, un proceso de desintoxicación y limpieza de la clase política peruana. Sería importante no solo que los grupos políticos lo entiendan, sino que se preparen para ello. 

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