Lo conocí gracias a la amistad impagable de Fernán Altuve y Vicente Ugarte del Pino, quienes me enviaron a la Madre Patria con una serie de cartas para los intelectuales amigos. Me recibió en su piso de Sainz de Baranda con la cordialidad que todos los peruanos despertábamos en su alma grande y generosa, el alma entera de un profesor. Aquella primera vez, conversamos durante horas, rodeados de libros, recuerdos y cuadros, y así nació una de las amistades más entrañables con que me premió España. Y ahora que se encuentra al lado de su Creador, recuerdo a Don Antonio Lago en toda su bonhomía y me vienen a la mente, con nostalgia, las muchas tardes madrileñas en que me recibía con gentileza, café y galletas, sonriendo, dispuesto a hablar sin cesar del Perú, del tema recurrente, de lo único que importa: el Perú y los peruanos.

Don Antonio siempre se mostró muy orgulloso de Alan García, su discípulo peruano predilecto. Según me contó, lo conoció por mediación de Vicente Ugarte. Le gustaba mucho contar anécdotas del joven Alan, protagonista de una intensa vida madrileña y siempre me dijo que ya por entonces en el joven García asomaba todo el ímpetu de los hombres que buscan un destino. García era, según Don Antonio, un líder natural, un político oceánico. Lago tenía esa facilidad que tienen los auténticos maestros para pintar con palabras adecuadas escenas poderosas que luego incendian la imaginación. Así, sin conocerlo, al escuchar a Don Antonio, bien me podía imaginar a un joven Alan García recorriendo Madrid con avidez y viviendo, como cualquier estudiante latino, todas las peripecias de un peruano en la Villa y Corte. Era conmovedor comprobar el cariño del viejo maestro por su discípulo. Era conmovedor porque es el mismo tipo de afecto que solo sienten los que profesan la docencia por vocación.

“Bienaventurado, no me cansaré de repetirlo, bienaventurado el que ha conocido a un maestro”, dice Xenius en sus Glosas. Le agradezco a Dios la oportunidad de haber puesto a varios Amautas en mi camino. Uno de ellos, uno de los grandes, Don Antonio Lago Carballo, un amigo leal del Perú y de los peruanos. Vita mutatur non tollitur, viejo y querido maestro. Tarde o temprano nos abrazaremos en la patria celestial.