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La reunión de APEC 2017 discurre en Lima en medio de una sensación de incertidumbre. Y es que la irrupción de Trump y la inminente salida del establishment demócrata, de los puestos de alto poder, dejan la sensación de tiempos inciertos para el flujo de inversiones y comercio en el mundo en los próximos años.

Si bien es cierto que hay razones para ser cautos, dado el mensaje del candidato Trump, tengo la sensación de que solo se ven los problemas y no las oportunidades que se pueden abrir. Canadá, México, China, Japón y Alemania representan el 47% de las exportaciones y el 53% de las importaciones estadounidenses. Con ellos es su pleito, principalmente con los tres primeros. Para países como Perú y otros sudamericanos, que no representan casi nada del comercio exterior estadounidense, es muy difícil que se revisen los TLC con el gigante del norte. No tendría sentido abrirse frentes innecesarios cuando el problema real latinoamericano para los EE.UU. tiene sabor a tequila. Por eso, pueden gestarse grandes posibilidades de incluso estrechar vínculos comerciales con ese país.

Pero no solo eso. Si México y China enfrentan problemas comerciales con EE.UU., tendrán que mirar a Sudamérica y Centroamérica. China ya se adelantó y va a invertir hasta en las convulsionadas Venezuela y Nicaragua. México tendrá que decidirse a tomar más en serio la Alianza del Pacífico y a la propia China. Todo lo cual incrementaría el volumen de comercio y de inversión directa extranjera en esta parte del mundo. Finalmente, es difícil pensar que EE.UU. dejará de comerciar con China y América Latina. Con la primera, porque depende mucho de esa economía. Con la segunda, porque si se aísla mucho de ella, la geopolítica tomará el papel de la economía: una Latinoamérica entregada económicamente a China no sería buena noticia para EE.UU. 

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