Desde fines de los años 80 e inicios de los 90, Alejandro Toledo se promocionaba en los medios como un economista exitoso formado en el exterior y además como un docente de universidades top en Estados Unidos, lo cual era cierto, pero a eso él le añadía un ingrediente que nos gusta a los peruanos: había vencido a la extrema pobreza. Era el cholo exitoso, el ejemplo a seguir para quienes quizá apenas tenían como patrimonio una caja para lustrar zapatos o algunas ovejas en la sierra.

En 1995, Toledo entró a la política con un intento de partido llamado País Posible, que no logró inscribirse por falta de adhesiones. En el año 2000 volvió a candidatear sin mucho éxito inicial, hasta que de la noche a la mañana, tras la demolición sufrida por Alberto Andrade y Luis Castañeda, los principales contendores del re-reeleccionista Alberto Fujimori, surgió de la nada como el líder indiscutible de la oposición al fujimorismo aliado con Vladimiro Montesinos.

Sin embargo, ahí comenzamos a conocer realmente a Toledo. Aparecieron el caso Zaraí, los excesos en el Melody, la facilidad con que cambiaba de versión sobre los hechos, sus desatinos, las comilonas sin pagar la cuenta en los restaurantes, el origen del dinero para su “cruzada por la democracia”, el gusto por el fino escocés de etiqueta azul y todo lo demás. A pesar de ello, fue elegido en 2001 como presidente y, también pese a los defectos contados, dejó Palacio de Gobierno sin cargo alguno.

Su noche comenzó en enero de 2013, con la salida a la luz de la compra de una casa en Las Casuarinas, a lo que meses más tarde se sumó la oficina de Torre Omega y el pago de las hipotecas de las casas de Camacho y Punta Sal. Era el famoso caso Ecoteva, que hoy cierra su círculo al conocerse el origen de la plata para ese crecimiento inmobiliario: las coimas que, según Jorge Barata, el jefe de Odebrecht en el Perú, se pagó a modo de soborno al “héroe” de la lucha contra los corruptos.

El Perú ha sido estafado por Toledo, el hombre que usó la política y la confianza de los peruanos para llenar sus bolsillos con plata sucia. Es una vergüenza para el país saber que quien nos gobernó pedía “propinas” a empresarios para adjudicar obras, todo ello en versión de un colaborador eficaz que hasta dice recordar el tono de voz con que el exmandatario hizo su exigencia de dinero. Nuestro país ha sufrido un golpe que ojalá pueda superar rápidamente y aprendiendo la lección.

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