Cuando uno es joven quiere cambiar el mundo. Le perdemos el respeto a nuestros padres por todo lo que hicieron o dejaron de hacer. Les echamos la culpa de todo lo malo de nuestras vidas y del mundo que nos rodea. Somos quienes haremos un mundo mejor de acuerdo a como lo entendemos.

Mi héroe infantil era Miguel Enríquez, fundador del MIR chileno. Sucede que mis vecinos de Chosica eran fruto del matrimonio entre un peruano refugiado y una chilena. Aprendí castellano en la escuela de la parroquia, pero aprendí más cantando las canciones del Frente Popular de Allende. Pero Enríquez quería más que un compromiso democrático. Quería la revolución ahora, por eso escribió la tesis fundacional del MIR (1965) “La conquista del poder por la vía insurreccional”. Murió en su ley el 5 de octubre de 1974, no se escondió en el asilo. Murió de 10 balazos de la DINA.

De adolescente, el nuevo héroe era Carlos Pizarro, comandante del M-19. Se había iniciado en las Juventudes Comunistas (JUCO), luego fue parte de las FARC de las cuales se aleja dejando su uniforme, su arma y una nota “Ya vuelvo”. Luego del robo electoral que sufrió Gustavo Rojas Pinilla el 19 de abril 1970, se junta con sus antiguos camaradas de las FARC, Jaime Bateman y Álvaro Fayad, entre otros, para fundar el M-19.

Tuvo el coraje de plantear: “Si la degradación de las armas implica que estas son más importantes que las personas que las empuñamos… el M-19 tendrá que estar dispuesto mejor a renunciar a ellas”. Y cumplió con su palabra en 1984 con un cese el fuego y un acuerdo de tregua. El proceso culmina el 9 de marzo de 1990 cuando ordena “Dejad las armas”. Lo asesinan por encargo de Pablo Escobar el 26 de abril de 1990 luego de escribir “que la vida no sea asesinada en primavera”.