El mundo todavía no despierta. La dimensión del yihadismo no ha sido calculada como corresponde. Mientras la mayoría de los líderes del planeta critican su emersión y acuerdan coaliciones para acabarlo, este fenómeno no detiene su diseminación por los continentes en que va sembrando el terror. Lo que acaba de suceder en Australia es dramático. Su diagnóstico nos advierte que el terrorismo internacional se encuentra en todas partes. Eso quiere decir que no existe lugar del mundo que se pueda descuidar. Apenas semanas atrás fue en Canadá que dejó su rastro de violencia y ahora en Sídney, la mayor ciudad australiana, donde un radical islámico de nombre Haron Monis, luego de tomar rehenes a varias personas en un café, finalmente ha sido abatido con el saldo de una persona muerta y varios heridos. Lo habían advertido los Premio Nobel de la Paz durante su reciente encuentro en Roma donde concluyeron que el fanatismo religioso es una amenaza para la paz. El yihadismo desnaturaliza el verdadero sentido del Islam, que es una religión de paz. No existen religiones de guerra. Las guerras no las promueven los credos sino los intereses mundanos, que es distinto. El año 2014, que se está yendo, ha puesto al descubierto el tamaño de su amenaza. El grupo Estado Islámico de Iraq y el Levante que viene causando zozobra, principalmente en el Medio Oriente donde busca instaurar una suerte de califato, debe ser combatido orgánicamente. Nadie puede exonerarse de ese propósito. Los yihadistas controlan importantes refinerías de petróleo en esa región y han desarrollado una estrategia que les permite captar muchos adeptos. Las cifras son alarmantes y superarían los 35 mil milicianos, todos muy bien pagados. Se trata de un actor no convencional de las relaciones internacionales que es un enorme problema para la seguridad mundial.