“Si las cifras de inseguridad no bajan a final de año, me voy”. Estamos casi en la mitad de 2017 y el ministro Carlos Basombrío, si sigue así, con la guardia más baja que la de Maicelo, va rumbo a la lona frente a la delincuencia.

A diario se acrecientan las diversas modalidades del delito, golpeando sobre todo a la gente de a pie, pero la gestión de Basombrío parece no tener la fórmula que le asegure una estancia prolongada en el Mininter, pese al esfuerzo de la Policía Nacional.

A todas luces no era cierto que conocía “al monstruo por dentro”, como aseguró al arribar al Ministerio del Interior, o, en su defecto, el monstruo resultó gigantesco y empieza a engullirlo junto con sus promesas iniciales.

Ojo, él no puede alegar falta de apoyo de ninguna índole porque, además de tener presupuesto para el flanco logístico, el Congreso -en el marco de las facultades extraordinarias- le dio luz verde a 33 decretos legislativos para combatir la inseguridad ciudadana.

Uno es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios y, bajo este postulado aristotélico, resulta decepcionante escuchar a Basombrío advertir que “no hay milagros, no esperen que un día se levanten en la mañana y ya no haya ningún delincuente en el Perú”.

Nadie le ha pedido eso, que se sepa. El problema está en que las calles se han convertido en verdaderos hormigueros de hampones de todo calibre que matan sin dilaciones hasta por un celular y no se ve el contraataque eficaz del Ejecutivo para devolverle la tranquilidad a la población.

Si algún ministro merecía ser interpelado con urgencia, es el del Interior. Y de repente no llega ni a fin de año, a pesar de las loas de PPK.