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Bolivia y Chile están muy sensibles y los recientes roces entorpecen el mantenimiento de una relación bilateral alturada considerando la ausencia de relaciones diplomáticas desde la frustrada negociación entre ambos países en que Augusto Pinochet -en el marco del dislocado “Abrazo de Charaña”- le propuso a Hugo Banzer, presidente boliviano, en 1975, una fórmula para que Bolivia obtuviera una salida soberana hacia el océano Pacífico. Ahora bien, litigar en la Corte Internacional de Justicia (CIJ), que es un medio de arreglo pacífico, lejos de llevar el asunto con solvencia, los está enrareciendo y puede hacerlos perder perspectiva y objetividad, necesarias para lo que se viene del juicio. Los dos países actúan en La Haya en calidad de demandantes y demandados y sus presidentes harán cualquier cosa para que las controversias planteadas obtengan de la Corte un fallo favorable. No es casual que esta nueva polarización chileno-boliviana se produzca por los días en que Chile presentara ante la CIJ -13 de julio pasado- su Contramemoria, que es la pieza escrita del demandado -primera litis- y que contiene el desarrollo de su posición. Al reciente impedimento de ingreso inmediato del canciller boliviano, David Choquehuanca, y de su comitiva en Chile para llegar hasta la zona portuaria, cuyo total acceso, por cierto, está previsto en el artículo 6° del Tratado de Paz y Amistad de 1904 que reconoce en favor de Bolivia y a perpetuidad, el más amplio y libre derecho de tránsito comercial por el territorio y puertos chilenos del Pacífico, suma la crisis que Chile exija a los diplomáticos bolivianos visa estampada en sus pasaportes para ingresar al país. Ambos Estados se están dejando vencer por el estrés jurídico que, hasta antes de la sorpresiva demanda chilena por el asunto del Silala, era un monopolio enteramente de este país.