Luiz Inácio Lula da Silva, quien fuera presidente de Brasil en dos ocasiones consecutivas (2003-2011), sin que haya oficializado su candidatura a un nuevo mandato, aparece según las encuestas como favorito para ganar las elecciones en el gigante sudamericano. Hacerlo puede ser una estrategia para enfrentar al juez Sergio Moro, quien se ha convertido en el mayor verdugo de los políticos brasileños comprometidos en la mayor y más escandalosa red de actos de corrupción que pudiera registrar la historia de Brasil. 

Si la responsabilidad penal de Lula resulta ser verificada a través de una sentencia, las posibilidades para neutralizar sus aspiraciones políticas podrían ser una realidad. La estrategia política para frenar a la justicia no es una locura. En el discurso de expresidente victimizado podría obtener una mayor rentabilidad política al alegar persecución por la defensa de los más pobres. 

No olvidemos que Lula llevó a delante en su primer gobierno la denominada política del “Hambre Cero” y programas de asistencialismo jamás vistos en la historia del país, lo que, gusté o no, dio resultados, por lo menos en lo inmediato en una sociedad flagelada por la pobreza. Pero, ¿qué lleva a que un personaje tan cuestionado como Lula, imputado por donde se lo mire, vuelva a contar con una mayoritaria aceptación ciudadana y, sin que a la propia gente le interesen realmente los detalles de las referidas imputaciones, surja una seria posibilidad de alcanzar la presidencia por tercera vez? No tapemos el Sol como un dedo. 

El caudillismo, que es la mayor lacra de América Latina, explica en gran medida lo que podría pasar con Lula. Los caudillos en nuestra región se creen indispensables al asumir que nada puede avanzar para el desarrollo de sus pueblos si acaso ellos no lo lideran. Una completa mentira que ha dado resultados a algunos demagogos en nuestros países. A esos políticos los conocemos muy bien.