Evo Morales recientemente dijo al canciller chileno, Heraldo Muñoz, que es un mentiroso, y que “…en un concurso de quienes faltan el respeto a la verdad, sería campeón. A una hora diciendo una cosa, a la otra hora dice otra cosa. ¿Quién le cree?”. No es bueno para Chile ni para la propia Michelle Bachelet que su ministro de Relaciones Exteriores sea tildado de esa manera. Un canciller que dice lo que no siente porque no tiene convicción de que realmente lo quiera, como declarar que Chile desea reanudar relaciones diplomáticas con La Paz, y que lo plantea buscando salir del paso luego de que el papa Francisco manifestara que es justo que se dialogue el asunto de la salida al mar boliviana, más bien debilita la incólume conducta internacional que debe profesar Chile. Así, pues, cuando se declara una falacia se pierde crédito y si es un canciller, compromete la majestad del país del cual, además, es el jefe de su diplomacia, generando responsabilidad internacional con sus actos de Estado. Pero lo más dramático para Chile es que cuando en el más alto nivel de su diplomacia y de su política exterior se dice lo que no es verdad, se conduce al país a un abismo de incredulidades y desconfianzas que impacta negativamente en su relacionamiento internacional y salir de ese atolladero es muy difícil. Muñoz hasta hoy no ha enviado ninguna nota diplomática ni ha convocado formalmente a ningún alto funcionario boliviano y no lo ha hecho porque jamás creyó lo que dijo, burlándose del Estado boliviano y de Su Santidad. El canciller pinocho ahora enfrenta el grave problema de que nadie creerá lo que diga, pues en boca del mentiroso lo cierto se hace dudoso. Cuidado que la Corte Internacional de Justicia, que valora conductas estatales, también así lo crea, lo que sería fatal para Chile.