¿Que levante la mano quién no ha sido víctima del robo de un celular o no conoce a alguien a quien le hayan arrebatado dicho aparato? Si no me equivoco, casi nadie. Por eso, las preguntas son para todos: ¿qué se puede hacer para reducir este índice? ¿Endurecer las penas es la salida? ¿Y si la gente deja de comprar estos equipos manchados de sangre?

Hace poco me pareció exagerada la condena de 14 años de prisión para dos jóvenes de Lambayeque que habían robado un celular a una adolescente de 17 años, por lo que me hice la misma pregunta que coloco líneas arriba.

Sin embargo, luego leí un informe oficial en el que se detalla que la cantidad de asaltos por celulares había aumentado de manera desproporcionada. Y esto no era lo peor, sino que ahora los delincuentes están usando armas de fuego para “asegurar” su matonesca actitud.

Conozco a varias víctimas en distintas ciudades y el modo de atraco que sufrieron es similar. Te ponen un arma de fuego en la cabeza mientras hablas por teléfono en la calle. La solución no sería dejar de contestar las llamadas, sino ir hacia el problema de la oferta y la demanda en el mercado negro.

A ver, veamos. Todo celular robado va hacia lo que conocemos como “Cachina” o “Tacora”. Ningún maleante roba para impresionar a la mancha. En varios informes periodísticos que hemos elaborado pudimos comprobar que pese a que la ley ahora condena hasta con 6 años de prisión para quien compre un celular robado, la gente sigue yendo a adquirir un equipo o a recuperar su propiedad. Esto último es muy frecuente.

Creo que una solución podría ser concientizar a la población para que la demanda desaparezca. No es difícil comprender que somos los ciudadanos quienes podemos frenar los robos de celulares, mientras dejamos que las autoridades hagan también su trabajo de exterminar dichos mercados y capturar a sus proveedores. Por algo hay que empezar.