China, el segundo país más poblado del planeta (1350 millones), la segunda economía del mundo, el cuarto más extenso (9’596,961 km2), la segunda potencia militar del globo, el segundo mayor mercado de bienes de lujo del mundo y el primer productor y consumidor de vehículos en el orbe, experimentó el denominado “lunes negro” de su economía. Sin embargo, después de 48 horas en que se produjo un desplome generalizado de las bolsas de valores de Shanghái, Shenzen y Hong Kong (8%), provocando un pánico generalizado por la desaceleración financiera, las bolsas de valores han comenzado a recuperarse debido a que el gobierno chino ha procedido a reducir las tasas de interés.

En este lapso ha imperado la especulación, que ha movido a su antojo a las bolsas desplomándolas, incluidas las de los principales centros financieros del mundo. Los más afectados en este tiempo han sido los inversionistas, quienes rápidamente huyeron despavoridos temiendo la inminencia de una desaceleración mayor de la economía de Pekín. Pero el hundimiento, que solo estaba en la especulación, -repito- no ha sucedido. La inmediata intervención del propio gobierno chino ha sido necesaria y el denominado “hard landing”, prácticamente innegociable, se convirtió en un asunto imperativo. Lo que le pase a China está claro que afectará a la economía global y esa es una verdad inocultable.

Luego de dos días del magro suceso bursátil, nadie quisiera estar en el instante en que se pudiera producir una caída brutal de la economía china con un yuan devaluado, pero el solo hecho de pensarlo promovería la letal incertidumbre que vimos y a eso lo llamo especulación profunda.