Hillary Clinton, precandidata del Partido Demócrata para alzarse como la nominada de su agrupación y competir en las elecciones presidenciales de noviembre próximo, acaba de ser derrotada en las primarias desarrolladas en Nuevo Hampshire, un Estado ubicado en la porción noreste del país, que fuera considerado su bastión natural dado que en este mismo lugar le ganó en el pasado al hoy presidente Barack Obama.

Ha sido una derrota sumamente letal para las aspiraciones de Clinton y su rival victorioso ha sido el socialista Bernie Sanders, a quien en las recientes primarias en Iowa solo pudo vencer por reducido margen.

La situación es más compleja de lo que algunos pudieran imaginar dado que el rango de diferencia para la victoria de Sanders sería amplio y aplastante (20 puntos). Esta es una situación extremis que le acaba de suceder a la señora Clinton, pues en EE.UU. casi siempre el inicio de las primarias va allanando el camino de los precandidatos donde uno se va consolidando y los demás comienzan a ser descartados.

En la tienda Republicana la situación es marcadamente incierta. Donald Trump, que fuera vencido en Iowa por Ted Cruz, se habría recuperado con el 34% de los votos y el precandidato y senador por Texas ha sido desplazado hasta una tercera ubicación con solo el 12% de los votos.

Está claro que a la gente le interesa el discurso que rompe la regla, aquellas palabras que abandonan el protocolo conceptual y la retórica cansada de siempre. Sanders y Trump se habrían percatado de esa realidad y por eso son los victoriosos de esta segunda primaria. Las tendencias aún no están claras y eso es lo complejo y singular de este proceso electoral estadounidense.