Washington acaba de poner la puntería a 10 compañías aéreas que vuelan desde el Medio Oriente o el norte de África hacia Estados Unidos. La medida es por tiempo indefinido e impide que los pasajeros puedan llevar computadoras, tabletas o, en general, grandes aparatos electrónicos en la cabina de los aviones. Solo serán permitidos si están apagados y en las bodegas de las aeronaves. Hace tiempo que los ataques terroristas han superado los controles tradicionales en los aeropuertos y esa es la razón de peso que ha llevado a adoptar este tipo de decisiones por parte del gobierno de Donald Trump, que no quiere sorpresas. Está claro que nada de lo que decide el gobierno estadounidense se hace sin contar con un reporte previo de su sistema de inteligencia. Se nota que la CIA, por encargo del presidente en esta nueva etapa, está realizando una inversión extraordinaria en las tareas de neutralización de actos terroristas. Tiene lógica, pues gran parte de quienes votaron para darle el triunfo a Trump lo hicieron porque confían en que el presidente los sacará del trauma del 11 de setiembre de 2001, fecha en que EE.UU. perdió su calidad de Estado invulnerable a manos de Al Qaeda, que en ese momento, con Osama bin Laden, se había coludido con el entonces régimen del Talibán, en Afganistán, para atacar Norteamérica y cambiar los paradigmas del sistema internacional. Precisamente, los mayores temores en la últimas horas estarían centrados en la propia Al Qaeda, organización terrorista que, mermada luego del abatimiento de Bin Laden en Islamabad, Pakistán (2011), habría recobrado espacios desarrollando tecnologías informáticas tan sofisticadas que los sistemas de seguridad no podrían prever su detección. Todo lo anterior afecta mucho a los países africanos y a los del Medio Oriente, que siguen siendo estereotipos de amenaza. Injusto pero real.