No es simplemente una crisis de gabinete ministerial, tampoco un asunto de “ruido político en Lima”, como afirma, entre acorralado, a la defensiva provocadora y en desorientación Ollanta Humala, o, como adelantan algunos funcionarios o líderes oficialistas, de intentos de desestabilización por parte de la oposición y sectores extremistas. Tampoco consecuencia automática de los problemas económicos.

Es el fracaso del nacionalismo como gobierno. Fracaso anunciado casi desde el momento de la toma de mando, cuando se escogió al presidente del Banco Central y al ministro de Economía, entre otros, evidenciado notoriamente con el desafuero de Salomón Lerner de la Presidencia del Consejo de Ministros como parte de su renuncia voluntaria a sus originales programas de gobierno y su desembarco accidentado entre puertos neoliberales, que lo acunaron, lo adoptaron, lo aprisionaron y lo hicieron suyo con muchas reticencias y desconfianzas que hasta hoy se expresan, pues el neoliberalismo no confía nunca en los conversos, aunque digan o hagan sin dudas ni murmuraciones lo que ellos desean.

De este fracaso no lo salva un nuevo gabinete. Ni siquiera uno de “unidad nacional” o “independiente”, como plantean sectores neoliberales. Lo que ellos realmente buscan es un gabinete de “transición”, que sin mayores sobresaltos nos lleve al año 2016, y que se produzca un recambio gubernamental que sea continuidad del modelo. Pues su mayor temor no es el destino del gobierno de Humala, sino que estas turbulencias políticas y sociales puedan ocasionar una crisis mayor en la conducción económica que quiebre el modelo neoliberal, que en el extremo pudiera posibilitar el surgimiento de alternativas electorales no neoliberales con perspectiva de algún éxito.

No cabe duda de que el régimen colabora con estas perspectivas con una admirable y entusiasta torpeza política con el buque insignia de los reglajes. También es admirable su vocación suicida para producir el desbande de sus ya raleadas y desorientadas huestes. A tal punto que la presidenta del Congreso, preguntada sobre si el Partido Nacionalista se disolverá, dijo: “No hablaré sobre hechos futuros”, que es un anuncio del pesimismo que asfalta el camino oficialista hacia su propia sobrevivencia política.