Si la ministra de Educación, Marilú Martens, deja el cargo tras la censura, el júbilo no solo se escucharía desde las aulas. ¡Los maestros divididos jamás serán vencidos! No se trata de un triunfo único del magisterio -más bien es un efecto colateral-, sino de la bancada de Fuerza Popular que lidera Keiko Fujimori. Así, una vez más, la oposición se impone sin importarle empoderar a los radicales.

Como he comentado en otra columna, la salida de Martens no tiene el fin de mejorar el sistema educativo, sino una estrategia política de carcomer las bases institucionales en desmedro del gobierno de Pedro Pablo Kuczynski. Este último pierde credibilidad y, aunque no mira encuestas, sigue yendo hacia abajo.

Cuando el fujimorismo argumenta que la ministra es culpable de la huelga de los maestros y el abandono de los escolares, no hace más que justificar a los docentes su radical medida de dejar las aulas, por ejemplo, en el norte, a pesar del retraso inicial originado por los desastres de El Niño Costero. Entonces, ¿de qué responsables estamos hablando?

Aunque hayan sido los miembros del Frente Amplio quienes idearon la moción de interpelación a Martens, es claro que quien mueve las piezas del ajedrez es la bancada naranja. No se puede pensar diferente si los fujimoristas ya tenían un consenso previo para censurar a la ministra pese a su exposición en el Congreso, a la que se ausentó un buen número de sus seguidores.

Eso sí, no me causa extrañeza que bien cerca al gobierno haya un coro de parlamentarios oficialistas gritando que la censura a Martens no debe arrastrar a todo el gabinete ministerial de Fernando Zavala. Lo dijo Juan Sheput, quien pide la renuncia de la ministra a contraposición de lo que interpreta su líder Kuczynski. Esta es una batalla aparte.

La pregunta del millón es si la cuestión de confianza a favor de Martens planteada por Zavala procede o pronto tendremos otro gabinete. Crisis le llaman.