Desconcierto, preocupación, ansiedad, nerviosismo en el ambiente. La megacorrupción amenaza con no dejar títere político o institución con cabeza, la corrupción intimida desde las sombras sin que se sepan nombres y responsables. No tiene bandera ni ideologías. Presuntas santas y santones podrían ser afectados y liquidados.

Tenemos una cifra de la Contraloría, un perjuicio económico de 283 millones de soles, base para quienes quieran medirla en números, pero el daño moral es inconmensurable, al punto que no sabemos si quienes hoy son investigadores y presuntos moralizadores podrán sostenerse en sus roles sin ser afectados. Hasta la Presidencia de la República podría serlo.

La agenda nacional está postergada por los megatemores manifestados en el desconcierto que podría evolucionar hacia un todos contra todos que no dejaría a nadie en pie.

Odebrecht es el genio regional del mal, experto conocedor de la fragilidad ético-política en nuestros países. El nuestro no ha sido la excepción. Quienes hoy piden que el fujimorismo sea incluido en las investigaciones aluden a los conocidos pagos en los noventa. En puridad de verdad, todo tiempo cercano y toda corrupción manifiesta deberían ser investigados. Lo que viene descubriendo la justicia brasileña, estadounidense o suiza es una oportunidad para que la reserva moral nacional se haga presente. No sabemos cómo. Si la etapa del desconcierto se prolonga, podría dar a los pillos el tiempo de ponerse a salvo.

Es el momento de los honestos, de los que no tienen nada que ocultar. Que en los partidos lesionados por la corrupción surjan quienes puedan rescatarlos. Que en las instituciones se activen los indignados. La lentitud, la falta de reflejos, las consideraciones excesivas muestran que en las filas de la anticorrupción no se da la celeridad de aquellos que tenían en la punta de la lengua la famosa pregunta: ¿cuánto hay?

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