La decisión de Martín Vizcarra de optar por la salida de emergencia y evitar la censura que masticaba el apetito de Fuerza Popular encierra una gran interrogante que va más allá del tema de Chinchero. A lo largo de casi 10 meses de gobierno, es evidente que el poder central del Ejecutivo y la mayoría abrumadora del Legislativo han mostrado poco interés en reconciliarse y forjar un acercamiento que tenga objetivos prioritarios, acabe con el marasmo económico y emprenda las reformas mínimas y sustanciales postergadas por varios quinquenios. 

Los responsables de ello están en los dos lados. El régimen de PPK se ha mostrado errático, provocador y arisco con la mayoría fujimorista, pechándola cuando ha creído necesario, maltratando a su máximo líder y buscando que sea comparsa de sus estrategias y objetivos. La tecnocracia del régimen no ha mostrado inteligencia para organizar una relación de convivencia enfocada en la primacía de las urgencias y tampoco ha tejido el fino plan de acercamiento que necesitaba. 

Del otro lado, en Fuerza Popular también ha ganado la intemperancia, el forcejeo y la confrontación. El partido de Keiko ha hecho del atropello su forma de vida y no le interesa demostrar el uso abusivo de su poder planteando que Vizcarra deje la vicepresidencia o censurar a Basombrío. 

Si la “gimnasia parlamentaria” persiste y PPK no halla el puente de plata que lo conecte con el fujimorismo, estamos ante el advenimiento de otros cinco años perdidos, un lustro más para el basurero de la historia. Una debacle más como la del humalismo a costa de los más pobres y desprotegidos del país.