PPK puede convertirse en un Humala de derechas. Con tal de ganar es capaz de transformarse en una especie de Ollanta pactista. Me explico. Al igual que Humala el del polo blanco, PPK prometerá lo que sea para aglutinar a las fuerzas más diversas en torno a un solo principio: el odio al fujimorismo. Incluso ensayará su propio juramento de San Marcos, en el que tenderá las manos a todas partes, desde la hoz y el martillo hasta la lampa y la antorcha, arropado por Vargas Llosa y los liberales de bragueta.

PPK actúa de esta forma porque ha asumido voluntariamente una posición de debilidad al lanzarse en pos de los “Goyos” Santos de nuestra fauna. En vez de capitalizar su segundo puesto, en lugar de proclamarse el líder natural de un gran cambio, PPK ha apostado por el pactismo con esa gelatina facciosa que es el Frente Amplio. Y el que busca el pacto a como dé lugar denota flaqueza. Ahora bien, la flaqueza de PPK es problema de PPK. Sin embargo, los problemas de los cuyes se convierten en problemas nacionales si lo que se pretende es gobernar cinco años sobre la arena movediza de una alianza con la izquierda.

Un gobierno fundado en las arenas movedizas de la progresía es un gobierno condenado a la inacción. Este país necesita reformas urgentes y los caviares son incapaces de gestionar un municipio. Enamorar a Verónika Mendoza equivale a pactar con un sancochado de progresistas confundidos que estallarán por quítame esa paja. Este es el punto esencial para elegir por quién votar: los gobiernos fuertes generan reformas. Los gobiernos débiles, los cositos de la izquierda, o reaccionan y se abrazan a un proyecto libre de ataduras o tienen todas las cartas para naufragar en la esterilidad.