El personaje ficticio de la China Tudela ha sacudido el gallinero por un comentario racista que, según dicen, vendría de las entrañas de su creador, el periodista Rafo León.

La crítica va más o menos así: quienes en otras ocasiones se han indignado por expresiones racistas -principalmente en el caso de Phillip Butters sobre Caicedo y por personajes (también ficticios) como la Paisana Jacinta o el Negro Mama- han mirado para otro lado cuando la China Tudela llamó “porcina ojo jalado” a Keiko Fujimori.

Coincido parcialmente con el argumento. Y digo parcialmente porque comparar el caso de la China Tudela con el de Butters es, cuando menos, absurdo. Y es que en el primero estamos hablando de ficción, un género cuyas expresiones no necesariamente reflejan las opiniones de su autor, mientras que el segundo se trata de un periodista hablando a título personal. Si no, ¿por qué no nos rasgamos las vestiduras por los personajes racistas de Vargas Llosa y Bryce, por ejemplo?

Sin embargo, coincido con la idea de que quienes reprochan sátiras racistas como la Paisana Jacinta o el Negro Mama deberían ser igual de duros con la China Tudela. Ahora, creo que el doble estándar está también en los indignados por lo que la China Tudela dijo sobre Keiko: ¿Por qué no saltaron cuando el mismo personaje se refirió a Alejandro Toledo como “huaco”, por ejemplo?

En todo caso, soy de la opinión de que cada persona puede decir lo que le venga en gana, con las consecuencias -claro está- que ello pueda traer en su reputación. Y más aún -¡mucho más aún!- si se trata de un personaje ficticio.