En los últimos años, cuando se ha planteado la posibilidad de que las Fuerzas Armadas salgan a combatir a la delincuencia común en zonas complicadas, el principal argumento de los detractores de esta propuesta ha sido que la tropa, a diferencia de la Policía, no está debidamente capacitada para alternar con la población y actuar con prudencia y tino al enfrentar a maleantes rodeados de ciudadanos.

Hasta ahí, todo bien. Sin embargo, ¿qué pasa cuando, a través de un informe periodístico, nos damos cuenta de que los supuestamente bien capacitados policías no lo están tanto como lo creíamos, por haber tenido apenas un año y algo más de formación, como se ha denunciado con respecto al Grupo Terna de la Policía Nacional, cuyos agentes actúan en las calles vestidos de civil?

Si algo diferencia a la tropa preparada en pocos meses de reclutamiento para disparar a quien le ordene, de un policía que tiene que alternar con la población, conversar con ella, ser parte de su día a día, protegerla y asistirla hasta en temas sociales y humanos, es precisamente la formación que recibe, la cual, según parece, se está descuidando con la idea de sacar, como sea, agentes a las calles.

Recordemos lo que pasó en Cajamarca en el lamentable desalojo de una casa, en que un novato policía disparó a un ciudadano, convirtiendo en letal un arma que, bien usada, no tenía por qué serlo. Si queremos derrotar a la delincuencia, necesitamos más policías, pero que estén bien formados, para diferenciarlos de una tropa que al menos hoy no está preparada para convivir en las calles con los ciudadanos.