Tía María nos debe hacer reflexionar sobre el país que queremos. Es complicado conciliar los intereses de las partes. Lo es más en un país como el nuestro, con tanta diferencia cultural, donde la costa, sierra y selva son espacios con idiosincrasias distintas y los costeños probablemente nos parecemos más a ciudadanos de otros países que a nuestros propios compatriotas. Así, lo primero a considerar en un problema de desarrollo, como es este, son las diferencias entre las personas.

En el caso minero, además, hay que considerar que están los que reclaman con derecho y razón; los que lo hacen porque están pagados para ello; y los que lo hacen por ideología pura y dura. Están los que se oponen a cualquier proyecto minero porque viven de eso; los que opinan que no se deben desarrollar las minas si es que la agricultura se podría ver perjudicada; y los que simplemente no quieren desarrollo alguno porque viven del statu quo.

El Gobierno, en todas sus instancias, debe hacer que la ley vigente y los contratos se cumplan y que los pedidos de las partes no sean irracionales. Debe buscar soluciones, y cuando estas se acuerdan, no dejarse chantajear por aquellos que nunca transarán.

Lo que no podemos los peruanos, empezando por el Gobierno, es ceder al chantaje, venga este de donde venga. La falta de gobierno es lo más pernicioso que existe, ya que volvemos a la ley de la selva, lo que se evita justamente con la democracia y las leyes, pero sobre todo con autoridades que las hagan cumplir.