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La pregunta que flota en el ambiente luego de la reunión entre PPK y Keiko Fujimori es cuánto puede coadyuvar esta cita a mejorar las relaciones Gobierno-oposición y en qué medida no ha sido un encuentro simbólico. En principio habría que decir que un primer saldo ha sido el descongelamiento de las relaciones entre ambos líderes. A casi 6 meses del triunfo de PPK, la “Guerra Fría” que ambos sostenían ha pasado por lo menos a una fase de distensión, que en la medida que se sepa manejar, podría derivar en otro tipo de avances. No sabemos, pero ojalá haya sido así, que PPK y Keiko hayan acordado un mecanismo de comunicación directa, una especie de “teléfono rojo” en caso surjan situaciones de crisis política, desavenencias o crispaciones entre sus bandos. Además, si ambas partes quieren que la reunión sea el punto de partida de una nueva fase en la relación, es indispensable que entiendan que arranca una era de concesiones. Por el lado de PPK, debe entender que es inevitable cederle una cuota de poder al fujimorismo. Aunque revienten los rojos y caviares, debe ser así no solo porque el pragmatismo lo impone, sino porque constituye la lectura correcta a la partitura que arrojaron las urnas. Desde el fujimorismo, sería obtuso no entender que ponerle zancadillas a los intentos del Gobierno por destrabar la economía y avanzar en las reformas es empezar a colgar la soga del suicidio y separarle las aguas del Mar Rojo para que desfilen por allí desde los más radicales (”Goyo” y Antauro) hasta los más moderados (Verónika Mendoza) libremente hacia el 2021.

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