De todo lo visto en las últimas semanas como consecuencia del Niño costero, lo sucedido en las últimas horas en Piura es lo más devastador y dramático, pues por efecto de una lluvia de 15 horas seguidas y el desborde del río, la ciudad ha quedado literalmente bajo el agua. Hay zonas en que el nivel supera el metro y medio, por lo que casas, muebles, camas, electrodomésticos, vehículos y locales comerciales con mercadería se han perdido, mientras que la infraestructura pública ha colapsado.

Sin duda las pérdidas materiales son millonarias y para paliar los efectos en los bolsillos de la gente, en la economía de las empresas y en los índices de crecimiento regional, el gobierno del presidente Pedro Pablo Kuczynski tendrá que hacer un trabajo especial en Piura a fin de recuperar lo perdido y evitar que en unos años se tenga que vivir una situación similar por falta de previsión y de obras que ayuden a contener a la naturaleza.

Es verdad que Trujillo, Chiclayo, Huarmey y la ribera del río Rímac en Lima han sufrido y siguen sufriendo, pero lo visto en Piura es casi descomunal. En marzo de 1998 estuve en dicha ciudad como reportero y mientras cubría con un fotoperiodista la caída del llamado Puente Viejo, se vino abajo el vecino Puente Bolognesi, a dos cuadras de donde yo estaba. Sin embargo, el agua no afectó tanto la ciudad, como ha sucedido en esta triste oportunidad.

El gobierno de Kuczynski debería crear un plan de reconstrucción y de recuperación económica especial para la región Piura. La emergencia podrá atenderse en las próximas horas y eso está muy bien. El Poder Ejecutivo, con el apoyo de todos, está en eso. Pero más allá del corto plazo, urge impulsar mecanismos para menguar los millonarios daños a las familias y a las empresas que ha traído esta catástrofe.

A raíz del debate sobre la conveniencia o no de realizar en 2019 los Panamericanos en Lima, el gobierno del presidente Kuczynski ha dicho con mucha firmeza que sí contamos con los recursos necesarios para la reconstrucción. Bueno pues, en Piura hay una buena oportunidad para demostrar que dinero existe y que es bien usado para sacar a una ciudad y a sus habitantes del fango -literalmente- en que se encuentran por el paso de este Niño costero que, además, nadie fue capaz de prever.