Dios siempre ha estado presente en la política nuestra de cada día. Y debe taparse los oídos cada vez que advierte la llegada a sus dominios de una súplica o ruego desde Perú. “¡Que Dios nos ayude”, pidió Juan Carlos Hurtado Miller antes de ponerle la firma al “fujishock”. Después vinieron las vírgenes que lloraban, y todo olía a pecado. Ya por el año 2000, Gerardo Cruz Saavedra juró como congresista “¡por Dios y por la plata!”. La impronta supo a música celestial en el hemiciclo.

En buena cuenta, los peruanos constantemente andamos pidiendo que “¡Dios nos coja confesados!” porque nuestras autoridades -elegidas a voto- suelen abrir las puertas del infierno y el pueblo, para variar, termina chamuscado. Las alturas hace rato han contestado que “a Dios rogando y con el mazo dando”. Es decir, “elijan bien, carajo”.

Precisamente, la campaña electoral en desarrollo suma frases a las que Dios debe haberles dado rango de chiste malo. “Keiko Fujimori nunca tocó los sobres (de dinero); la Virgen la protegió”, aseguró el santurrón José Chlimper. Que Factor K lo perdone porque no sabe lo que dice.

En el papel de diablo amarillo, “Nano” Guerra, el mismo que mandó por un tubo a los “políticos tradicionales”, crucificó a la hija de Alberto Fujimori: “Keiko, ninguna virgen te va a proteger. Nadie los va a ayudar, han quebrado la ley”.

Ya antes Eliane Karp, en perfil endemoniado, había exclamado: “Que Dios nos salve si la segunda vuelta es entre Keiko y Acuña”. En buen romance, auguró el apocalipsis.

Y César Acuña, a quien solo le faltó copiar el Nuevo Testamento, voló muy alto: “Dios me va a llevar a Palacio”. Qué tal lisura. Confianza como concha, digo, como cancha.

El vía crucis de Alan García empezó cuando pregonó que “cada una de estas concesiones (’narcoindultos’) las hice pidiendo el consejo de Dios”. Habrase visto.

Después de la segunda vuelta podremos proferir: “A quien Dios se la diere, San Pedro se la bendiga”. Y no va a ser.