El mentor político de Lenín Moreno Garcés, actual presidente de Ecuador, es su predecesor Rafael Correa, quien como nadie hizo una febril campaña a favor del discípulo ungido hace poco tiempo en la más alta investidura política ecuatoriana. Moreno fue su vicepresidente de la República (2007-2013) y por alguna razón el elegido por Correa para competir en las elecciones presidenciales con el opositor y banquero Guillermo Lasso a quien derrotó el pasado 2 de abril. Tildado de que sería la más puritana continuidad del correísmo, parece que Moreno acaba de pasar su primera prueba de fuego para marcar la diferencia y la distancia, y sostenerse como un gobernante con libreto propio. En efecto, la decisión del nuevo gobierno ecuatoriano de suspender la construcción del muro en la zona de la frontera con Perú ha motivado la reacción abrupta del ahora expresidente, quien no se ha callado para criticar duramente la medida comunicada por la canciller de ese país a su par peruano. No creo que la actitud de Correa sea una teatralización estratégica, sino más bien la ira de aceptar que es imposible seguir influyendo sobre el discípulo cuando este ya está empoderado y es capaz de desenvolverse con agenda propia. El nuevo gobernante pareciera rendir culto al dicho “una cosa es con guitarra …y otra con violín”, es decir, no es lo mismo estar fuera de la acción política que tener el peso de la responsabilidad de la conducción del país. En realidad, mostrarse original y distante del mentor se ha convertido en una conducta necesaria para la pervivencia política del líder más importante de un Estado. El presidente colombiano Juan Manuel Santos lo comprendió todo y por eso marcó distancia rápidamente de su mentor Álvaro Uribe de quien fuera ministro de Defensa. Correa ha saltado hasta el techo tildando a las autoridades de “falta de personalidad” por dar marcha atrás. La construcción del muro la inició al final de su mandato para dejarlo como legado, pero parece que Moreno prefiere el realismo político bilateral.

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