Las huelgas de profesores son como los huaicos. Predecibles en su frecuencia como en sus impactos. Empiezan imperceptiblemente y terminan en aluviones de barro. Y al igual que con los huaicos, la respuesta estatal siempre ha sido el paliativo, siguiendo un conocido protocolo de padecer las paralizaciones, aguantarse la gritería, perjudicar a los alumnos y, al final, aumentar el sueldo a los maestros.

No podemos ser hipócritas y desconocer que la escalada de huelgas es patrocinada por una izquierda que busca desestabilizar al Gobierno. Más allá de que la ministra de Educación ha demostrado supina incapacidad y ha proseguido penosamente la tarea de ideologizar su sector, cargarle tintas a PPK sería hacerle el juego al enemigo. Porque ese ha sido siempre su negocio político. Las izquierdas son magníficas opositoras, pero atroces ejecutoras de gobierno. Para muestra, el desastre de la administración Villarán en Lima, el empobrecimiento de Cajamarca a manos de Santos o el estancamiento económico de Humala. No es casualidad que el SUTEP, manejado por Patria Roja, ha sido el verdadero mandamás de la educación peruana desde hace casi medio siglo.

No puede escandalizar entonces que el mismísimo Movadef, brazo ortopédico de Sendero Luminoso, ya esté en el ápice estratégico de dicho sindicato. Como tampoco puede sorprender que los contenidos educativos del Minedu tengan nítido “aroma marxistoide”.

Todos queremos maestros bien pagados y preparados. Pero toda mejora remunerativa tiene que estar sujeta a evaluaciones que definan, periódicamente, si deben ascender, estancarse o dejar el puesto. Es el momento de aclarar, a quienes buscan privilegios desde el magisterio, que el sistema educativo no es para ellos, sino para los estudiantes. Porque la educación pública tiene que dejar de ser el rehén al que nadie se atreve a rescatar.

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