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Así como el hundimiento del trasatlántico Lusitania en 1915 por un torpedo de un submarino U-20 alemán originó el ingreso, dos años después, de EE.UU. en la Primera Guerra Mundial (1914-1919), el sorpresivo ataque japonés a la base naval estadounidense en Pearl Harbor, Hawái, en el amanecer de aquel 7 de diciembre de 1941, buscando neutralizar a la flota de este país que podía operar en la zona asiática, determinó el ingresó de Washington en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). El suceso militar que hoy recordamos remeció a ese país al producir más de 2400 muertos, y originó que su Congreso declarase la guerra al Japón, tan solo 24 horas después del certero ataque. Aunque toda la flota norteamericana fue prácticamente destrozada, el ataque marcó el inicio de la era de los portaaviones y el empoderamiento naval estadounidense en el Pacífico. Las 50 bajas japonesas confirmaron el notable contraste del combate y la victoria japonesa. La acción fue calificada como crimen de guerra, pues Japón jamás había declarado la guerra a EE.UU. con lo cual estaba violentando el derecho internacional humanitario que establece reglas en los actos de guerra, minimizándolos, a fin de no afectar o en lo menos posible a quienes no participen del conflicto. Así, pues, el ataque jamás fue reconocido como una acción de combate, sino por el contrario, como un suceso repudiado y al margen del derecho internacional, pero que hizo tan vulnerable a EE.UU. como el ataque de Al Qaeda en 2001. Hawái, en el corazón del océano Pacífico, está muy lejos de EE.UU. continente (3700 km.) pero igual, el acto militar de Tokio, excitó la reacción del gobierno que no cesó hasta ver derrotado al imperio nipón. A pesar de que la mayoría de ciudadanos en EE.UU. estaba en contra que su país se viera involucrado en la guerra mundial promovida por el nazismo de Adolfo Hitler, está claro que luego de este funesto episodio el país pasó a tener un rol protagónico y decisivo. Al final de la guerra, Washington lanzó dos bombas nucleares sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki (240,000 muertos en total), provocando su rendición incondicional y el final de la guerra propiamente dicha.