A diferencia de sostener una llamada telefónica con el presidente de China, Xi Jinping, el primer contacto del presidente de EE.UU., Donald Trump, con el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, fue directo, con el reciente fuerte cruce de abrazos en la Casa Blanca. Trump quiere tener muy cerca a Japón como aliado estratégico. Su primer objetivo con el otrora imperio del Sol Naciente era recuperarlo intensamente, sobre todo luego de que el propio Trump tomara la decisión de desestimar el Acuerdo Transpacífico (TPP), en el que Japón creía firmemente. Los dos países se necesitan mutuamente. ¿Por qué? No es un secreto que para Tokio el gigante asiático, que es China, siempre ha sido su principal rival geopolítico. No se crea que son las Coreas ni los denominados tigres o tigrillos asiáticos. No. En el pasado, Japón invadió China en el marco de diversas guerras -las más recientes: Boxers, 1898; Manchuria, 1931-, y las huellas de su resultado siempre están presentes en el imaginario colectivo e idiosincrasia de ambos pueblos. En cambio, los japoneses, que también la tuvieron con EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), superaron ese estrago a pesar de la rendición incondicional que firmaron ante los estadounidenses. Washington superó el insospechado y letal ataque en Pearl Harbor (1941) y luego de la guerra la verdad es que la relación entre ambos Estados ha sido ascendente. Gran parte de esa alianza ha sido sustentada en la amenaza, también geopolítica, que representan China y Rusia. Tokio es lo más sólido con que cuenta Washington en la región asiática y lo necesita. Siempre se van a ayudar. La regla de la primacía de los intereses mutuos es evidente. Sin EE.UU., Japón, militarmente fuera de competencia, quedaría vulnerable y hasta huérfano en el complejo escenario asiático, donde confluyen y bifurcan poderes de diversos tamaños.