Mohamed Mursi, el primer presidente democrático que ha tenido Egipto y que fuera derrocado apenas al primer año de su mandato (2013) por los militares con el general Abdelfatah Jalil Al-Sisi a la cabeza, acaba de ser condenado a la pena de muerte por un tribunal en El Cairo. Pocos días antes del anuncio de esta sentencia, que deberá contar con el parecer no vinculante del muftí, la máxima autoridad religiosa del país, y luego ser confirmada por el tribunal supremo antes del próximo 2 de junio, había sido conminado a 20 años de cárcel por la muerte de cientos de manifestantes durante las revueltas que sobrevinieron a su desenfrenado afán por concentrar todos los poderes en el país, manipulando a su antojo a la propia Asamblea Nacional para realizar cambios radicales en la Constitución egipcia. Mursi, quien sabe que podría terminar sus días como otros cientos de acusados por los desmanes que cobraron más de cien muertos en las calles de El Cairo y otras ciudades, llegó al poder luego de la convulsa situación que sobrevino en Egipto a la caída del dictador Hosni Mubarak -gobernó el país por cerca de 30 años bajo el amparo de Washington- y lo hizo desde de su condición de militante del partido de los Hermanos Musulmanes, al cual los militares y, desde fuera, el propio Estados Unidos no vieron con buenos ojos al desnudarse sus vinculaciones con grupos terroristas, como el movimiento palestino Hamas, el libanés Hezbollah, y las Guardias Revolucionarias de Irán.

También han sido condenados a la pena capital los hombres más cercanos a Mursi, quienes son altos dirigentes de los Hermanos Musulmanes, con lo cual queda claro el objetivo del gobierno de eliminar cualquier amenaza futura de este partido, declarado grupo terrorista.

El panorama anunciaría nuevamente episodios de violencia en la tierra de los faraones.

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