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Para que un acto sea considerado terrorista no tiene que ser atribuido necesariamente a una organización extremista. Es a lo que más estamos acostumbrados a escuchar o identificar pero no es solo eso. El reciente atentado en Niza se parece y mucho al de Orlando, es decir, sus autores no tienen ninguna relación directa con los grupos terroristas conocidos como Al Qaeda o el Estado Islámico, ni tampoco cuentan con una logística propia de las bandas del terror. 

Al contrario, salta a la vista un cuadro más bien personal o unilateral donde se trasluce sin dificultad una afinidad o adhesión con el Islam. Por supuesto que los terroristas islámicos no tienen nada que ver con los fieles musulmanes que son gente de paz. Tan solo el 1% de los más de 1500 millones de islámicos que existen en el mundo son considerados fundamentalistas y extremistas.

La religión, aunque no es el tema central, aparece con notable evidencia en los atentados que se han venido cometiendo. Los terroristas, a los que no les importa la vida ni las normas jurídicas, suelen invocar la figura de Alá, el Dios del Islam y la de Mahoma, su profeta mayor. Esta es la primera desnaturalización del verdadero sentido de la religión musulmana y del Corán, su libro sagrado. 

La respuesta de la comunidad internacional otra vez será únicamente la acción militar en el marco de la coalición internacional que lidera EE.UU., y eso sí que sería un nuevo y grave error. Hay que ir al asunto de fondo, que significa acabar con las posiciones extremistas y antioccidentales. En esta tarea deberá haber una acción comprometida de la Liga Árabe y por supuesto de la ONU. El mundo está enfrentando a una guerra o conflicto distinto a los que hubo 2000 años atrás, es decir, con un actor no convencional y que opera de modo anárquico sin que le importe las reglas de la convivencia humana.

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