Aquí no defendemos al presidente Pedro Pablo Kuczynski. Es más, nos parece que ha defeccionado, por lo menos en este primer año, al frente de las riendas del país. La expectativa con que llegó a Palacio ha sido aplastada por la pasividad funcional.

Pero también es cierto que soporta un despiadado callejón oscuro, y los latigazos más descarnados provienen del fujimorismo. Hace pocos días hemos visto la mano de Keiko agitando la correa y diciéndole -desde el cómodo falcón del Facebook- que su gobierno no tiene rumbo y que recomponga ya mismo el gabinete.

¿Para qué sirvió entonces el diálogo que solicitó la propia lideresa de Fuerza Popular? Si nos atenemos a esta última descarga de críticas de la hija de Alberto Fujimori y la comparsa que le hacen sus subordinados en el Congreso, diríamos que para absolutamente nada. En todo caso, para la foto y para sacar del encuadre mediático al hiperactivo Kenji.

Y tantas huelgas juntas no son gratuitas. Más allá del justo reclamo por un incremento salarial, como el que persiguen los maestros del país, hay fuerzas escondidas e interesadas en azuzar a los gremios a la protesta radical, al grito desaforado, al bloqueo de carreteras, a la quema de llantas, a la toma de Lima. A vender la idea de que nos gobierna la anarquía.

¡Cuidado! Las elecciones en 2021 van a ser bajo un contexto complicado, de desazón general por los escándalos de corrupción que involucran a la clase política reinante (negociazos, coimas, Odebrecht), y nada garantiza que la zancadilla de hoy gane un voto de aquí a cuatro años.

Eso sí, PPK debe entender que ya acabó el baile.