Todos los que hemos viajado -o vivido- en Lima siempre nos hemos quejado del transporte añorando volver a provincia. ¿Verdad? Pero no nos hemos puesto a pensar que si continúa el crecimiento demográfico al interior del país, pronto el relativo caos del sector que ya padecemos se volverá tan incontrolable como el de la capital.

Es cierto que en provincia tampoco es una maravilla el sistema de transporte público, pero la congestión vehicular no es una constante y eso lo podemos ver cuando vamos en un taxi por el centro de cada ciudad, donde los vehículos no hacen eternas colas como las que se arman en Lima en las horas punta.

¿Qué están haciendo las autoridades competentes para evitar algún día las congestiones vehiculares? Casi nada. No hay una reforma en el transporte, pero nos pasamos criticando lo que ocurre en la capital, siempre viendo la paja en el ojo ajeno.

No es lo mismo cambiarle el sentido a las calles ni romper veredas para que pasen los carros. El transporte público, si bien es dirigido por las empresas privadas, el aparato estatal solo se ha convertido en un simple administrador de rutas, inundando de vehículos las vías sin respetar al ciudadano.

Por ejemplo, el transporte metropolitano en Lima funciona, y hasta con sus errores es un gran acierto en beneficio de la población. ¿Y en provincia para cuándo dejarán de ver como bulto al pasajero? Porque lo que ocurre ahora no es para favorecer a quienes utilizan a diario los microbuses, las combis, los colectivos o los taxis, sino para que los empresarios se llenen los bolsillos.

Considero que si la proyección de las ciudades del interior del país es conseguir la modernidad hacia el año 2025, las actuales autoridades deberían comenzar por contemplar una urgente reforma del transporte y no solo pintar pistas, parchar huecos, romper veredas, sino pensando en un transporte masivo que beneficie a las mayorías y contamine menos que las chatarras que ahora circulan.