El Congreso de la República sigue desacreditándose. A veces parece que los parlamentarios hacen cosas para provocar a los ciudadanos. Por ello, es previsible que solo el 9 por ciento de peruanos apruebe su trabajo y un 79 por ciento esté en contra de su reelección.

Esta semana ha ocurrido un nuevo escándalo al interior del Parlamento, en el que muchos congresistas están involucrados. Al final, lo que parecía un hecho aislado, con las denuncias contra legisladores de Fuerza Popular, compromete a casi todas las bancadas. Todo hace suponer que usaron pasajes aéreos, financiados por el Congreso, para realizar actividades personales o partidarias. Imagínense, ni la presidenta de esta institución, Ana María Solórzano, se escapa a estas sospechas porque viajó en Navidad a su natal Arequipa, aparentemente usando recursos del Estado.

La sensación de los ciudadanos de a pie es que los congresistas viven en un mundo en el que las normas rigen para todos, menos para ellos. Esto se acentúa y se vuelve nocivo cuando echan mano de los pretextos y palabras de fácil digestión para defender lo indefendible. Otros van más allá y en una mezcla rara de cinismo y arrepentimiento dicen que van a devolver lo gastado. Sin embargo, hay contrapoderes que pueden sancionar estas irregularidades. Por ejemplo, la Procuraduría Anticorrupción ya anunció que actuará y tomará acciones si el Congreso no investiga a los parlamentarios “viajeros”.

El próximo año habrá elecciones. A nosotros nos queda elegir bien para que la nueva representación parlamentaria conforme un Congreso que responda a las señas particulares de una institución grande y seria.