La falta de tacto en política exterior y en diplomacia es fatal y eso es lo que le acaba de suceder al Presidente y a la Canciller peruanos al final de la reciente reunión del primer Gabinete Binacional peruano-boliviano. Todo estaba bien hasta que llegó el momento más diplomático de la reunión, allí donde las cancillerías deben lucir sus capacidades. En la redacción de la Declaración Conjunta entre ambos países o Declaración de Isla Esteves, el Perú, al querer congraciarse con Bolivia -eso jamás se hace en asuntos de interés nacional-, abandonó lo que hemos estado cuidando con pulcritud político-jurídica; es decir, la posición de Estado de que el problema entre La Paz y Santiago es un asunto estrictamente bilateral entre ambos países. Esta posición ha marcado la discrecionalidad de nuestro país para evitar, entre otras cosas, que Bolivia o Chile promuevan querer involucrarnos en un problema ajeno. El numeral 32° de la Declaración dice que el Perú “mantiene su más amplio espíritu de solidaridad y comprensión en relación a la situación de mediterraneidad que afecta a Bolivia”. Eso nunca se dice porque la solidaridad es asumir como propio el dolor ajeno mostrando una identificación superlativa donde es difícil que pueda mantenerse la imparcialidad porque el país asume expresamente una de las dos posturas. No resulta coherente que siempre hayamos dicho que es un asunto que solo compete a Bolivia y Chile -fundado en nuestra posición de estricta neutralidad- y que ahora la canciller Sánchez sorprendentemente declare que “es la posición que el Perú siempre ha tenido”. Chile aprovecha el tremendo error peruano y en un santiamén decide no participar en la inminente Cumbre de la Alianza del Pacífico de Paracas. Bolivia, sumamente motivado, le pedirá a la Corte que el Perú intervenga en su juicio contra Chile. En qué problema nos están metiendo.