Hasta el final de la Guerra Fría -caída del muro de Berlín, 1989 (en el Perú era casi el final de la década perdida por el desastre económico de aquel entonces y el impacto letal del terrorismo)-, el escenario del poder internacional correspondía a EE.UU. y a la entonces Unión Soviética, luego disuelta, manteniendo poder regional Rusia, la mayor república soviética (fueron 17). 

Dado que en el sistema internacional todo es cíclico, ahora la concentración del poder mundial corresponde a EE.UU. y a China. Rusia, entonces, ha sido desplazada por el gigante asiático que ha adquirido una hegemonía sin precedentes en el campo económico, tanto que a Washington ha alertado sobremanera su nivel de influencia en espacios territoriales, que otrora fueron de indiscutible influencia estadounidense -nuestra América Latina, que ahora se ha expandido a otros continentes, es el mejor ejemplo, al haber sido atraída por el denominado bloque del BRICS que agrupa a China, Rusia, India y Sudáfrica y con ellos Brasil, el gigante sudamericano-.

Lo anterior explica la enorme expectativa del encuentro del presidente Donald Trump con su homólogo chino Xi Jinping, cuyos resultados al cierre de esta columna aún no conocemos. Lo anterior no es óbice para suponer de qué hablarán en muy pocas horas en la residencia del magnate, en Florida. La Casa Blanca no ha ocultado el agudo asunto de Corea del Norte, que no cesa de sus ejercicios nucleares. 

China valorará las circunstancias para no romper palitos con Pyongyang, pero tampoco lo hará con Washington en cuya economía Beijing ha penetrado sin detención. Trump buscará presionar a Jinping, pero así no funcionará la estrategia con los chinos. El gobernante asiático es más fuerte en el frente interno de su país que Trump dentro del suyo. El encuentro no es la foto de un nuevo mundo bipolar, sino de uno multipolar, pues además de China hay otros Estados relevantes en el globo que negocian con EE.UU.