Llama la atención que en sus últimas apariciones públicas Ollanta Humala y sus voceros, como el excongresista Santiago Gastañadui, insistan en que las investigaciones en contra del exmandatario y su esposa Nadine Heredia son parte de una “persecución política” -sí, el mismo argumento del socio Alejandro Toledo ante los $20 millones de Odebrecht-, a pesar de que hasta ahora, pese a las evidencias en su contra, el comandante sigue libre.

A lo mejor podría aceptarse que el asunto de los $3 millones de “aporte ideológico” de Odebrecht -y quizá también de OAS- a la campaña del nacionalista es discutible. Es claro que el dinero no fue declarado, y eso es delicado. Aparte, hay un asunto ético. Pero hasta donde se sabe, no fue un soborno, como en el caso de Toledo. Los abogados tienen para agarrarse de eso, pelearla y hacerla larga. Bien por los Humala-Heredia. Sin embargo, el caso Madre Mía sí es escandaloso.

Los peruanos ya hemos perdido la cuenta de cuántos testigos han narrado con lujo de detalles las atrocidades que habría cometido Humala en su faceta de “Capitán Carlos” en Madre Mía. Incluso los muertos ya han comenzado a salir de una fosa común, y hasta ahora nadie pide la detención de quien habría sido el autor de estos crímenes. ¿Y así dice el expresidente que sufre persecución? Pero si más afortunado no puede ser.

Por estos días vemos a Humala, tal como hemos informado en Correo, recorriendo el país y visitando las bases de lo que queda de su partido. Ante ello, Gastañadui nos dijo que estaban buscando participar en los comicios locales de 2018 y en las presidenciales de 2021. Habría que ver si, como en el caso del socio Toledo, esto es parte de la “estrategia” para mostrar al comandante como un político en actividad al que los malos buscan “tumbarse” por “temor” a que vuelva al poder. Digo nomás.

En el pasado, ante cualquier señalamiento a un militar por presuntas violaciones a los derechos humanos, los jueces y fiscales -y las ONG, que hoy están mudas- les caían encima. Varios compañeros de armas de Humala, culpables o inocentes, pueden dar fe de ello. Sin embargo, al exmandatario no le pasa nada, a pesar de que varios lo acusan, con pelos y señales, incluso de haber pagado a testigos para que lo limpien ante la justicia. ¿Por qué tanta suerte?