El Estado Islámico (EI) realmente no es ningún Estado, pues a este se le define como la sociedad jurídicamente organizada. En esa dimensión, el Estado es miembro de la ONU, algo impensable para los yihadistas. El EI sigue osado en su desenfrenado propósito de expandir su acción extremista por diversos lugares del mundo. Sus ataques ya dejaron de ser estratégicos en las grandes ciudades como Nueva York, París o Londres. No se las descarta, pero los fundamentalistas ahora buscan presencia en lugares estructuralmente vulnerables como Estados fallidos o anárquicos. Recordemos que el EI inició su acción terrorista en Iraq y Siria, los países más convulsos del Medio Oriente, anunciando la fundación de un califato como en los primeros tiempos del islam, a la muerte de Mahoma, en el 632 d.C. La tarea diseminadora del EI, que por supuesto ha desnaturalizado el verdadero sentido del islam, acaba de ser alertada por el secretario general de la ONU, al revelar que son cerca de 34 organizaciones armadas en diversas partes del globo las que han profesado adhesión a su causa. Este escenario nada alentador para la paz mundial nos está advirtiendo que el EI va a cometer más atentados y esta vez será en cualquier lugar del planeta, probablemente en espacios hasta ahora asumidos como irrelevantes, pero que realmente no lo son. Esto quiere decir que la seguridad debe abordarse como un asunto transversal a todos los países. Que nadie pueda sentirse seguro al desplazarse por el mundo es una verdadera tragedia y produce un estrés social que es lo que busca instalar el EI. Debe prevalecer el trabajo de inteligencia por el Estado antes que su pura acción represiva.