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Al día siguiente de los desmanes ocurridos estos días en Huaycán, una bolsa ensangrentada apareció en las inmediaciones de la comisaría asaltada por la turba. El siniestro bulto no contenía más que trozos de sábila y resultó la metáfora de lo ocurrido esta turbulenta semana de disparates y disparos, semana en que un avión trucho con todo un equipo de fútbol se vino abajo como se vinieron abajo las ilusiones de su hinchada y no menos los deseos de que cierta ex primera dama se quedara en Europa lejos de la justicia como repitiendo el argumento de un expresidente prófugo que renunció al más alto cargo por fax.

Una semana de deseos de interpelación con doble filo, del que da y recibe, una semana en que el principal sospechoso del incendio de Larcomar se presentó ante la Policía como llamado por la recompensa que se ofrecía por su paradero y para preguntar por el paradero del ministro.

Semana loca, de tontos intentos de petardear una educación sexual inclusiva, que no intenta otra cosa que no esconder una realidad que ya no puede seguir viviendo en los campos de concentración de la sociedad.

Una semana donde las bolas de los árboles de navidad parecen más chicas que las bolas que anuncian pishtacos y otros cuentos chinos que en tiempos de las redes sociales se multiplican como votos con sabor a derrota. Y es que bien avanzado el siglo de la mayoría de edad, y con el fantasma de Fidel aullando en el amanecer de una nueva Cuba, los humanos parecemos condenados a repetir la misma historia. Una y otra vez. 

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